Misterio grande es el de la Redención, el del Dios Hombre que muere para llevar a los hombres hacia Dios.
El nacimiento y la muerte de Jesús guardan una íntima unidad. Los dos maderos, el del pesebre y el de la cruz, parecen ramas del mismo árbol. El pesebre tiene algo de cruz; la cruz guarda semejanza de cuna. Jesús nace para morir, y muere para resucitar, para que con Él y con su resurrección tengamos también nosotros un nuevo nacimiento.
No ha conocido este mundo dolor más grande y más acerbo que el de la muerte de Cristo en el Calvario. Sin embargo ese dolor lleva en sí mismo la semilla del gozo y la esperanza: al amarguísimo sufrimiento de la muerte seguirá la alegría cierta de la Resurrección.
Ante un dolor punzante, ante una pena sin bálsamo ni alivio, preguntémonos si acaso no nos está esperado -dentro de tres días o dentro de tres años- la alegría que reserva el Señor para los que saben mantener vivas la esperanza y la fe.
¡Hasta mañana!...