En mi huerto los nogales retoñan por unanimidad.
Lo hacen todos a la vez, como si algún secreto acuerdo hubiera entre ellos. Apenas ayer los miré con el negror que su ramaje adquiere en el invierno, y hoy que salí a encontrarme con el sol los vi estrenando un capisayo de un verde leve como una insinuación de verde. Tendrán en unos días la pompa de una cúpula esmeralda, y será el huerto una gozosa convención de catedrales glaucas. Iré entre los nogales, y ellos me reconocerán igual que reconozco yo a cada uno de ellos.
Solo en el huerto, sin testigos falsos, les hablo en voz bajita a los nogales. Los saludo con el saludo que se da al amigo que regresa. Y soy tan poco hombre, tan poquito, que no los abrazo uno a uno porque me da vergüenza. Si alguna vez alcanzo plenitud de humanidad abrazaré a estos árboles queridos, y a ellos me abrazaré por ver si algo se pasa a mí de su bondad.
¡Hasta mañana!...