Llegó la primavera, pero el invierno se resiste a dejarle el sitio. En el Potrero la sierra del Coahuilón conserva todavía su cimera de nieve, y cuando baja el viento de la tarde se siente el mismo frío de diciembre.
Extraños días estos, que no son ni vernales ni invernizos. Los lugareños refunfuñan; se quejan de que con este tiempo no saben ya a qué atenerse. Los viejos rememoran aquellos buenos años cuando en invierno soplaba siempre el cierzo y en primavera brillaba siempre el sol. Dicen que ahora todo está revuelto, y se preguntan si estará cerca el fin del mundo.
A veces me pregunto yo lo mismo, cuando veo que los árboles se acaban, cuando no escucho ya en los montes el andar cauteloso del venado o la ruidosa marcha del encrespado jabalí. Pero miro esta flor sencilla que hoy visita la abeja y mañana recibirá al colibrí y pienso que la vida no conoce fin. Todo en ella es inaugural; en su libro el capítulo final es el mismo que el primero.
¡Hasta mañana!...