Iba San Virila por el campo cuando miró a una madre que gritaba desesperadamente, pues su pequeño hijo había caído al río y de seguro se iba a ahogar.
Vio la mujer a San Virila y le gritó:
-¡Haz un milagro! ¡Salva a mi hijo!
San Virila se descalzó rápidamente y se lanzó a las aguas. Nadó con todas sus fuerzas, llegó hasta donde estaba el niño y lo sacó del agua. La mujer le dio las gracias entre lágrimas. Le preguntó después:
-¿Por qué no hiciste el milagro que te pedí? Yo supuse que con un ademán detendrías el curso del río, caminarías después sobre las aguas y sacarías a mi hijo.
-Mujer -le dijo San Virila-. Los mejores milagros que hace Dios son lo que con su propio esfuerzo hacen los hombres.
¡Hasta mañana!...