El incrédulo le pidió a San Virila que hiciera un milagro para poder creer. El santo le dijo que le trajera un grano de trigo. Cuando el hombre lo trajo Virila se puso el grano de trigo en la palma de la mano y sopló levemente sobre él. Ante la asombrada mirada del escéptico el grano de trigo germinó: surgió el tallo con pequeñas hojas verdes, brotó la espiga, se doró y cayeron en la mano de Virila cien granos de trigo más.
-¡Milagro! -exclamó entonces el incrédulo.
Y le dijo Virila:
-No hice otra cosa más que aquello que ves cada año en los trigales. Sólo que lo hice con rapidez mayor. Ahora sé que no eres capaz de mirar los milagros que te rodean. Únicamente puedes advertir las prisas.
¡Hasta mañana!...