El colibrí es tan leve que cuando se posa sobre una flor ésta pesa menos de lo que pesaba antes de que se detuviera en ella el colibrí.
Vuela el colibrí y el aire no se da cuenta. Tan pasajero pasa bajo el sol que no hace sombra. Está aquí y ya no está; aquí no está y está aquí ahora.
Dios es grande. Lo prueba el colibrí. Anda entre cosas gigantes -esta montaña, este árbol, este hombre- y prevalece entre ellas. Yo le pongo un poquito de azúcar y unas gotitas de agua, y viene el colibrí hasta mi ventana, y no me teme; liba al alcance de mi mano. Casi oigo el latido de ese milímetro perfecto que es su corazón, y en él siento el latido de la vida, eterna y grande y fuerte como el colibrí.
¡Hasta mañana!...