El pescador salió al mar. Cuando se hallaba lejos llegó la tormenta, y en medio de la oscuridad el hombre perdió el rumbo.
La esposa del pescador presintió la angustia de su hombre. En medio de la lluvia y el viento salió de su casa con una lámpara encendida. Subió a la torre de la iglesia, y ahí permaneció toda la noche con su pequeña luz.
El pescador ya desesperaba cuando vio entre las altas olas un resplandor pequeño que apenas se miraba allá, a lo lejos. Guiado por aquel mínimo fulgor llegó a la costa, y así salvó la vida. Pero no sólo él la salvó: todos los pescadores que estaban en el mar aquella noche también se libraron de la muerte.
De ese relato que oí en New Bedford, Massachusetts, derivó una enseñanza: la luz que ilumina a un solo hombre es luz que ilumina a todos los hombres.
¡Hasta mañana!...