Sientes que mueres tú también en el amigo muerto: ya no más la canción, no más la risa, no más las arduas discusiones desde la caída de la tarde hasta la madrugada sobre cosas del cielo y de la tierra...
Sientes que en el amigo ido se va también algo de ti. Ahora él es ausencia, y en esa pérdida te pierdes igual tú: dices palabras que él ya no oye, y tiendes una mano que no encuentra la suya.
Pero entonces te llega la memoria, y en la recordación él sigue vivo. Y resucita la canción, y se oye otra vez el eco de la risa, y sientes cerca de ti lo que se ve lejano.
La verdad es que un amigo no se pierde nunca. Está aunque ya no esté. Sigue viviendo aún después de muerto. Su amistad te acompaña para siempre, y no te deja solo. La canción, y la risa, y la palabra son escudos que salvan de los saetazos de la muerte. Esa sombra de muerte que se llama olvido desaparece donde está esa luz de la vida que se llama recuerdo.
¡Hasta mañana!...