-No recuerdo quién es usted -me dijo de buenas a primeras.
Yo me asombré. No porque no me recordara -¿quién soy yo para merecer que alguien me recuerde?- sino porque quien me hablaba era un elefante, y los elefantes son famosos por su buena memoria.
-Todo se me olvida -siguió con gemebunda voz el paquidermo-. La gente dice que los elefantes jamás olvidamos un agravio: aunque pasen 50 años recordaremos al hombre que alguna vez nos maltrató, y lo aplastaremos con nuestras grandes patas. Yo no me acuerdo nunca del mal que se me ha hecho. Para disimular mi mala memoria ante los demás elefantes tengo que aplastar de vez en cuando a un hombre inocente.
Yo, con prudencia, me alejé algunos pasos. Le sugerí:
-Diga usted a sus compañeros que tiene memoria diferente: jamás olvida el bien que se le ha hecho. Eso lo distinguirá de los demás, pues ni entre los elefantes ni entre los humanos hay nadie que recuerde eso.
El elefante, conmovido, se acercó para mostrarme su agradecimiento. Yo me alejé unos paso más.
¡Hasta mañana!...