En el refectorio del convento el padre prior leyó a los monjes, mientras comían, los textos que sobre la vida eterna escribió Orígenes.
Consumida su magra ración San Virila se dirigió a la aldea a repartir el pan de los pobres. Por el camino pasó bajo los árboles del bosque: los elevados pinos, las añosas encinas, los robles que no temen a la tempestad... Vio los rebaños de los pastores, y escuchó la algarabía de los niños que salían de la escuela. Oyó la esquila de la iglesia llamando a la oración del Ángelus, y miró a una muchacha labradora y a su novio que se ocultaban tras el pajar para besarse.
A la caída de la tarde regresó San Virila a su convento y dijo al padre prior:
-Acabo de ver la vida eterna. Pero es otra que la que dice Orígenes.
¡Hasta mañana!...