No sé cómo se llama esta flor que crece a la orilla del camino. Es tan pequeña que quizá no la vio Adán cuando cumplió el encargo de dar nombre a las cosas, y la diminuta florecilla se quedó sin el suyo.
Algún nombre tendrá, seguramente. Los botánicos deben tenerlo registrado en sus robustos cartapacios. Pero nadie en el Potrero lo conoce. Les pregunto a las mujeres -ellas saben el nombre de las flores- cómo se llama ésta, y ninguna me puede dar razón.
Yo quisiera tener el genio de los palabristas que inventan raros nombres, y sonoros. Si lo tuviera haría un nombre para esta flor tan humilde, más humilde aún que la violeta, pues por lo menos la violeta sabe cómo se llama. Esta flor no. Se llama flor, nada más. Pero su desvaído azul orla el sendero. Tal se diría que la pasada lluvia deslavó un poco el cielo, y dejó a la orilla del camino unas gotitas de color celeste.
¡Hasta mañana!..