Los sacerdotes de la secta braquídica de Gad hacen que un ministro de su fe les queme los ojos con un hierro candente. Piensan que la contemplación de las cosas del mundo los puede distraer de la adoración del dios.
Sin embargo en los libros que dejó Gad no se ordena semejante sacrificio. Gad hizo un mundo hermoso, lo llenó con su amor, y quiere que todas sus criaturas gocen de las bellezas de ese mundo y del amor que puso en él. Eso de renunciar al don precioso de la vista contradice gravemente el orden que Gad estableció en su creación. Lo que sucedió es que hace mucho tiempo algún jerarca pensó que la ceguera de los sacerdotes conmovería al pueblo, y éste daría más limosnas, con lo cual se enriquecería la secta. El sacrificio de la vista, pues, no es en el fondo una cuestión de fe, sino de economía.
Ya hay un movimiento entre los sacerdotes de Gad para evitar ese absurdo sacrificio. La jerarquía de la secta, sin embargo, se niega a derogar la ley de la ceguera, y dice que quienes se oponen a ella están ciegos.
¡Hasta mañana!..