Algo muy raro está pasando con los tenores de ópera.
Hace cinco meses Beniamino Schippa, que durante tanto tiempo conmovió a los públicos de Europa con su exquisita creación del ?Fausto? de Gounod, suspendió de pronto la Cavatina del tercer acto, se llevó las manos al pecho y vino al suelo echando sangre por la boca. Dos semanas después la revelación de Barcelona, Joan Vendrell, fue encontrado sin vida en su camerino del Liceo por el traspunte que fue a llamarlo para que iniciara tras bambalinas la serenata de ?Cavalleria?. Hoy los periódicos dan cuenta del súbito deceso de Robert MacCormack, considerado la mayor figura en la ?Aída? del Metropolitan, si se exceptúa al elefante. MacCormack iba entrando a Sardi?s cuando cayó muerto en medio de un estrépito de mesas y cristalería.
Nadie se explica la causa de esas misteriosas muertes. Yo la conozco. En alguna parte del mundo hay una copa que emite una nota de intensidad y tono tales que hace que el cuerpo de los tenores estalle, roto en mil pedazos. Hay que encontrar a esa copa y destruirla. De otro modo el bel canto desaparecerá.
¡Hasta mañana!..
