En su primer sermón el padre Soárez hizo una enérgica reprobación del vicio del alcohol.
Cuando acabó la misa el párroco lo llamó y le dijo:
-El más generoso benefactor de la parroquia tiene cierta tendencia a estimular su espíritu con libaciones etílicas. No vuelvas a tratar en tus sermones el tema del alcohol.
En su segunda predicación el Padre Soárez afeó el vicio del juego. Su superior lo llamó a la sacristía y le dijo en voz baja:
-Todas las señoras que vienen aquí juegan a diario. Busca otro tema que no hiera su sensibilidad.
El tercer domingo el Padre Soárez habló de la castidad, y condenó con palabras de fuego la fornicación y el adulterio. Otra vez el señor cura lo llamó, y sin darle ninguna explicación le pidió que no volviera a hablar sobre ese asunto.
En su siguiente sermón el Padre Soárez disertó sobre las ideas teológicas de San Agustín. El señor cura lo llamó después y le dijo:
-Te felicito. Eres un gran predicador.
¡Hasta mañana!..