El padre Soárez, evangelizador de las Islas Rod, no podía convencer al jefe Kroa de la existencia de Dios.
-Creeré cuando vea un milagro ?decía el cacique.
El padre Soárez le informó que el Señor había aceptado hacer uno especialmente para él. A fin de preparar su espíritu tendría que pasar la noche en soledad,
El jefe Kroa fue a lo alto del monte. Cuando llegó la noche la sombra lo envolvió, y Kroa quedó rodeado por las tinieblas. El viento gemía como llanto del mundo; los aullidos de las fieras estremecían la soledad. Kroa fijaba los ojos en la oscuridad hasta que le dolían, y nada conseguía ver. Al paso de las horas su ánimo se fue angustiando; la congoja se le volvió terror. Quiso correr sin ver a dónde, pero tenía los miembros como atados al suelo. Se echó a temblar: pensó que iba a morir de desesperación.
De pronto empezó a amanecer. El sol surgió triunfal sobre la cresta de los montes. Todo quedó inundado por la claridad. Había amanecido sobre el mundo un nuevo día de Dios.
-¡Milagro! ?gritó el jefe.
Y también su alma se llenó de luz.
¡Hasta mañana!..