El abate Friedland no quería bien a John Dee. Decía de él que pensaba con demasiada libertad.
-Y eso no es lo peor -añadía-. Cualquiera puede pensar libremente. Pero además él habla. Quizás el pensamiento de los hombres pertenezca a Dios, pero sus palabras nos pertenecen a quienes lo representamos.
Una vez el abate Friedland le preguntó a John Dee si conocía bien el Libro Sagrado.
-Creo que sí -dijo él-. He visto el mar y la montaña; he visto el bosque; he visto los astros en el cielo y las criaturas de Dios sobre la tierra...
-Bien está -concedió Friedland-. Pero yo te pregunté acerca del Libro Sagrado.
-De él te respondí -contestó Dee-. La naturaleza es para mí el Libro Sagrado.
El abate Friedland meneó la cabeza. ¡Qué difícil era hablar con alguien que pensaba!
¡Hasta mañana!..