Aquel demonio yacía cuan largo era en el suelo.
Bruscos estremecimientos sacudían su cuerpo, y sus miembros se agitaban convulsionados. Un horrible estertor se le escuchaba, y su boca despedía una sanguinolenta espuma que le resbalaba por las comisuras de los labios y le caía en el pecho.
Un corro de demonios contemplaban temerosos y apesadumbrados al caído. Lo miraban Belphegor, Gran Capitán, y Flauros, cuyo símbolo es una serpiente de un solo ojo. Lo miraban Aleph, inspirador de los comedores de carne humana, y Phorgas, que es adorado por los parricidas.
Todos contemplaban al caído, pero ninguno se acercaba a él. Lo veían nomás, y murmuraban entre ellos. Retrocedían, asustados, cada vez que una nueva agitación estremecía el cuerpo del yacente.
Un recién llegado preguntó:
-¿Qué le sucede a ese demonio?
Y contestó uno bajando la voz:
-Cuidado. Está poseído por el hombre.
¡Hasta mañana!..