Llega el viajero a San Petersburgo, ciudad de antiguos esplendores, y pasa frente al palacio del príncipe Yusupov.
Fue este hombre quien tramó el asesinato de Rasputín, aquel extraño personaje en quien tomaron cuerpo todos los misterios del alma popular de Rusia.
En los años veintes del pasado siglo algunos turistas que llegaban a París eran llevados al estudio de un pintor desconocido, y compraban a precio vil sus acuarelas. Las compraban no por la obra, sino por el pintor. Era Yusupov.
Todas las grandezas humanas, piensa el viajero, y todas las miserias, terminan igualmente en el olvido. La Historia es a final de cuentas polvo de aquellos lodos. Pero el gran río Neva sigue fluyendo, silencioso, al pie de ese palacio, y sus oscuras aguas nos recuerdan que hay una eternidad.
¡Hasta mañana!..