Según es bien sabido no estoy en buenas relaciones con los gatos. Son demasiado inteligentes para mí. Ignoro qué piensen ellos de mi persona -estoy seguro de que algo piensan, a juzgar por la forma en que me ven-, pero a mis ojos todos ellos son como Garfield, prototipo del gato universal: poltrones, arrogantes, interesados y egoístas.
Por eso fue un milagro lo que ayer en la tarde me pasó. Fui a caminar un poco. De repente, salido no sé de dónde, un gato vino a mí y se untó melosamente en mis piernas con un ronroneo caricioso. ¡Qué fiera tan dulce!
En casa de mis abuelos había un gato gris llamado el Quiri (de "kitty", supongo). Por nadie se dejaba acariciar, sólo por mí. Este gato que digo, el que ayer se me apareció, era exactamente igual al Quiri.
¿Qué milagro hay aquí, o qué misterio? No lo sé. Pero el sinuoso roce de ese gato me hizo sentir lo mismo que sentiría si una bella mujer voluble y caprichosa fijara en mí sus ojos con hondura y me enredara luego en la serpentina de sus brazos.
¡Hasta mañana!..
