Los discípulos de John Dee miraban con veneración a su maestro: sabían que estaba buscando el secreto último del universo.
Todo lo había dejado el filósofo a fin de penetrar en ese arcano. A sus 40 años seguía siendo virgen, pues siempre pensó que la mujer lo apartaría de su búsqueda.
Una mañana abrió el postigo de su ventana para dejar entrar el aire y la luz de la mañana, y con la luz y el aire entró la mirada azul de una muchacha de larga trenza rubia que por la calle iba hacia el mercado. La siguió John Dee; le habló con la cortedad que tienen los filósofos, y ella lo entendió con el entendimiento que tiene la mujer. Un mes después se amaron en la pequeña habitación de Dee, austera como una celda conventual, que aquella noche se hizo palacio donde moraron la vida y el amor.
Al día siguiente el filósofo dijo a sus jóvenes alumnos:
-Encontré al fin el secreto último del universo.
-¿Cuál es, maestro? -preguntaron ansiosamente los discípulos.
-Está en ustedes mismos -les contestó John Dee-. Ya lo conocerán.
¡Hasta mañana!..