La enorme piedra, redonda como una pelota gigantesca, se mantenía en equilibrio precario en lo alto de la colina.
La aldea, abajo se extendía tranquila. Sus casas de madera se alineaban entre jardinillos de geranios y alhelíes, y por las calles empedradas los carricoches de caballos pasaban lentamente.
El profesor Bonnet, científico, subió cierto día a la colina. Con larga paciencia cavó junto a la piedra hasta que quitó el débil sostén que la mantenía inmóvil. Después la empujó con todas sus fuerzas. La mole se precipitó rodando cerro abajo con estrépito sonoro. Llegó primero al edificio de la cárcel, que se hizo mil pedazos al tiempo que los presos huían espantados: atravesó luego la iglesia, destrozándola sin dejar imagen sana; siguió rodando incontenible y destruyó la sucursal del Banco General; pasó por ?La Hija del Faraón?, cantina, y dejó mortandad de parroquianos. Se detuvo hasta más allá del cementerio, que arrasó con aplastamiento general de arcángeles y cruces.
Bajó la colina lentamente el profesor Bonnet y atravesó la aldea siguiendo la estela destructora de la piedra. Se acercó a ella, lupa en mano, y la examinó por todos lados largamente. Después guardó su lupa y se alejó murmurando convencido:
-Efectivamente. Piedra que rueda no cría moho.
¡Hasta mañana!..