Llegó sin anunciarse y me pidió de buenas a primeras:
-Dígales que mienten.
-¿Quién es usted? -le pregunté-. ¿A quiénes debo echarles en cara su mentira?
-Soy la veleta -respondió-, y estoy cansada ya de que mi nombre sea usado para tildar a los volubles. "Tornadizo como una veleta", dicen. Y no piensan que mi función consiste precisamente en eso, en ser mudable, pues una veleta que no girara con el viento no serviría de nada. En todo caso el voluble y caprichoso es el viento.
-Es cierto -concedí-. El viento es una veleta.
La veleta me echó una mirada fúrica y cambió de rumbo. Yo pensé: "¡Qué veleta tan veleta!".
¡Hasta mañana!..