Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que vio parir a su perra, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas como siempre- y continuó:
-Yo no entiendo a los gatos. Son demasiado inteligentes para mí. A los perros sí los entiendo, pero es que ellos son buenos, nada más.
-Nunca tendría yo un gato en mi casa -siguió diciendo Jean Cusset-. El mundo de afuera ya es demasiado selvático como para llevar todavía adentro otro pedazo de selva, que eso es un gato.
-Mi perro -continuó Jean Cusset-, me hace sentir un dios. Por eso lo amo. Si tuviera un gato sé que me haría sentir simplemente un proveedor. Y ¿Puede amarse a alguien que te hace sentir así?
-De una cosa estoy seguro -concluyó Jean Cusset-. Dios hizo el ronroneo para el perro, pero un gato saltó a la mesa y se lo llevó.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!..