El otro día tuve un grato encuentro: al ir por la vereda del Potrero me crucé con una procesión de leves codornices. Yo amo a estos pajarillos de gris plumaje y grácil continente que caminan como si fueran damas en paseo, la inquieta cabecilla coronada por un airón airoso de plumillas blancas.
Un día que mi perro y yo vagábamos sin rumbo por el campo el Terry se detuvo de repente y no caminó más. Me acerqué a él: había dado con un nido de codornices. Miraba fijamente a los polluelos recién nacidos. Junto a ellos la madre estaba inmóvil. Temblaba, pero no se apartaba de sus crías. Nada hizo el Terry; entendió que se hallaba en presencia de la vida, y la respetó como lo que es: cosa sagrada.
Estas codornices que miré hace días deben ser la progenie de aquellas que miré hace años. Años y días pasarán. Otro caminante vendrá con otro perro, y verá otras codornices. Todo parecerá distinto, y sin embargo todo será igual. Serán el mismo perro y el mismo caminante; serán los mismos pajarillos. La vida es una eterna procesión que gira en círculo de eternidad.
¡Hasta mañana!..