Ayer caminé por el encinar del monte. Mi andar fue suave y grato: el otoño ha hecho una alfombra con las hojas caídas de los árboles, e ir por ella fue como ir sobre un tapete real.
Estas hojas serán mañana tierra, y pasado mañana serán de nuevo encina. El polvo vuelve al polvo, es cierto, pero también el árbol vuelve al árbol. Eso quiere decir que la vida vuelve a ser vida aunque pase por ese trance momentáneo que es la muerte.
Busco ver en el monte la ardilla o el conejo, el furtivo venado, la paloma de triste quejo, el loro verdiazul. Los busco para que sin palabras me hablen de la vida. No los miré esta vez. Y sin embargo no me hicieron falta. Desde su pasajera muerte las hojas de los encinos en otoño me hablaron de la vida y de su eternidad.
¡Hasta mañana!..