-Fuma. O qué, ¿no eres hombre?
El muchachillo escucha el desafío de sus amigos, y entre ascos, toses, náuseas y amagos de vómito demuestra que sí es hombre. Es decir, que es capaz de incurrir en necedad.
Pasan los años. Y un día el hombre se da cuenta por fin de lo que le ha costado la demostración. Y quiere dejar el viejo vicio, pero no puede. Son demasiados años, piensa, y el mal está arraigado.
Entonces sus amigos, los que vencieron ya el nefasto mal, los que volvieron a conocer el sabor de los alimentos, y a respirar sin fatigarse, los que no tosen ya ni sienten aquel perpetuo escozor en la garganta, los que no sufren el temor de morir de un cáncer en la garganta o el pulmón, entonces sus amigos le dicen.
-Deja de fumar. O qué, ¿no eres hombre?
¡Hasta mañana!..