Infinitas gracias doy al Cielo, amigos: no se me ha resecado el corazón ni el alma se me ha apergaminado. El fingido cinismo de unos y la estudiada indiferencia de otros no han hecho mella en mí, y cuando se trata de la Navidad sigo siendo más o menos el mismo que fui en la niñez.
Ahora veo las cosas navideñas con la ilusión con que las ven mis nietos. Como ellos, jubiloso, celebro los rituales navideños y abrazo los dones de cuerpo y alma de la temporada.
Esta noche rezaremos en casa los gozosos misterios del rosario, cantaremos nuestro desconcertado concierto anual de villancicos y abriremos la puerta para que los Peregrinos, con su pobreza, enriquezcan nuestra vida. Después iremos a la mesa y disfrutaremos de nuestra mutua compañía en la paz y el bien de Dios. Nuestra noche será, pues, Nochebuena. Por ella daremos gracias a quien nació esta noche.
¡Hasta mañana!...