L U N E S
¿Se acuerdan de aquella muy buena artista de cine Natalie Wood? Bueno, pues de ella cuentan que alguna vez le preguntaron qué era para ella el amor. Y con cierto sentido del humor, sin pensarlo contestó, que no lo sabía. Y esa fue la contestación que apareció publicada en la prensa.
Al día siguiente, en la redacción del diario se recibió una carta de la actriz, redactada así:
?Estimado señor director: En la entrevista publicada conmigo en el diario de su dirección, se me atribuyen algunas contestaciones que todas son reflejo de la verdad, por lo que les felicitó.
Mi ignorancia sobre la naturaleza del amor parece que se ha considerado por algunos como una salida de tono. La retiro. Me he documentado y ya sé lo que es el amor. Lo he mirado en el diccionario. El amor es un vivo afecto o inclinación hacia alguna persona o cosa. Y aun le puedo decir más: sé también gracias al mismo diccionario, que el amor propio es un sentimiento complejo de inmoderada estimación de sí mismo, que incita el vehemente deseo de realizar cumplidamente lo que puede ser apreciado por los demás, y una viva susceptibilidad de todo cuanto atañe a este aprecio. De estas dos definiciones, académicas las dos, deduzco que el amor propio es algo bastante más largo que el amor en general?.
M A R T E S
Nuevamente nuestros señores diputados, que seguramente no se han percatado de lo que los diarios publicaron la semana pasada en relación con sus remuneraciones, de que ya estaban más que bien, admitieron, sin pena cual ninguna, un 11 por ciento de aumento más.
Y no es que se crea que ninguno de los representantes desquiten lo que ganaban y aun los aumentos que les han llegado, pero, creer que todos sean capaces de reintegrar con su gestión lo que se les paga, como que no.
Y allí es donde los propios diputados que honran a la Cámara, deben de mirar frente a frente a los que no y echarles en cara su incapacidad y aprovechamiento de lo que no merecen, porque el hecho de que lo cobren a sabiendas de no merecerlo es como una estafa de parte de los ineptos y deshonestos.
Otra cosa que se va haciendo necesaria es discriminar a los diputados, separando los aptos y honestos de los que no lo son, aceptando que, como en todo, los hay de primera y de segunda y peores, y que no todos deben ganar lo mismo, por muy electos que hayan sido.
En algunas de esas ocasiones en que las cámaras de la T. V. han entrado a la Cámara de Diputados y dirigido sus lentes a los ocupantes de las sillas curules, le han mostrado al público televidente un porcentaje alto de sillas desocupadas, algunas ocupadas por diputados dormilones, y otras por otros que en todo están, menos en la misa que allí los llevó. Y los mexicanos lo que queremos no es que no cobren sino que todo el que cobre desquite lo que cobra, sobre todo nuestros representantes.
M I É R C O L E S
En ocasiones, cuando releo alguno de mis libros al abrirlos me llevo inesperadas sorpresas cuando en ellos encuentro recortes que no recordaba, programas y aun folletos como éste de la madrileña taberna ?La Bola? con sus ciento treinta y cinco años encima que, ¿quién que haya estado en Madrid no ha visitado? Su historia dice: ?Cuentan los cronicones de la Villa y Corte que hacia 1802 ya existía una botillería en la calle de La Bola esquina a la de las rejas (hoy Guillermo Rolland). Era un pequeño local frecuentado por obreros y estudiantes. En 1870 lo transformó en restaurante Cándida Santos ?La Rayúa?, una asturiana de pro, auténtica matriarca de una dinastía familiar que, a lo largo de seis generaciones, sigue regentando el Restaurante-Taberna ?La Bola?.
Cuentan también los periódicos de principio de siglo que en LA B OLA se podían comer tres tipos de cocidos: a las doce del mediodía, el de l.l5 pesetas para obreros y empleados; a la una de la tarde, el de l.25 pesetas, que ya llevaba gallina, y era el preferido de los estudiantes; y, a partir de las dos, el de carne y tocino, elegido por periodistas y senadores.
?También era sabido aunque no publicado, la predilección de la Infanta Isabel (conocida como ?La Chata?) por el cocidito de ?La Bola?. Para los transeúntes de la época (y para los que comían en las aceras, dado lo lleno que estaba el local) resultaba habitual ver delante de la taberna, el carruaje de Palacio que venía a recoger los pucheros para la infanta y para su hermano Alfonso XII.
J U E V E S
Y por qué no seguir con lo de ayer. A alguna de mis lectoras a lo mejor le da por la cocina, y puesto que en el folleto que dije ayer viene la receta, ¿por que no proporcionársela? Ahí va.
Receta de cocido madrileño ?La Bola?.
INGREDIENTES:
Patata, garbanzos, chorizo, tocino, carne de morcillo, hueso de jamón, repollo y fideos.
PREPARACION:
Poner los garbanzos en remojo la noche anterior.
En un puchero de barro hecho a mano se introduce el codillo de jamón, la carne de morcillo , el tocino, la gallina y los garbanzos.
Añadir agua y ponerlo a fuego lento de carbón de encina durante seis horas.
Una hora antes de terminar la cocción, añadir la patata y la sal.
Cocer y rehogar la verdura con aceite y ajo.
Cocer los fideos con un trocito de chorizo.
Y a darle, que si no es mole de olla es cocido de ?La Bola? madrileña, que, como París, bien vale una misa. ¡Buen provecho!
V I E R N E S
A Stendhal le preguntaron cuál era su programa de felicidad en este mundo, y lo explicó así: ?Encontrar-me en un salón con diez o doce buenos amigos, hombres y mujeres, conversar sobre poesía, arte y belleza, amenizar la conversación con buena y abundante bebida y dejar así pasar las horas hasta las primeras luces del día, sin acordarnos de que existe alguien más en el mundo. Y os advierto que, en ocasiones parecidas, yo estaría siempre dispuesto a callar y a escuchar a los otros. Y si alguna vez daba mi opinión, sería únicamente como pago del billete de entrada.
En realidad se llamaba Henry Beyle, es autor de dos de las mejores novelas escritas en francés: ?El rojo y el negro? y ?La cartuja de Parma?. Era hombre muy aficionado a la buena mesa. Le gustaban, por encima de todo, los helados. Alguien le reprochaba que abusara tanto de ellos. Stendhal le dijo: que había decidido descubrir cuál era el mejor de todos para limitarse a uno solo, y que su abuso era para descubrir cuanto antes el mejor.
Stendhal escribe con mucha claridad. Su estilo es limpio, sin aglomeración de palabras ni confusiones, y descubría a quienes se lo preguntaban que había aprendido a escribir leyendo el Código Civil de Napoleón, uno de los libros más claramente escritos.
Estuvo por primera vez en Italia a los veintidós años. Era entonces oficial en el ejército de Napoleón. Y tuvo cierto éxito con algunas mujeres italianas. Volvió a Italia muchos años después y fracasó en todos sus intentos sentimentales. Le decía a un amigo que las mujeres italianas habían cambiado mucho. Y el amigo le preguntó si no sería él, el que ya no era el mismo, pregunta que prefirió no contestar.
S Á B A D O
Estacionamiento. Construirlo en la plaza, que es donde en muchísimas partes, dentro y fuera del país, se han construido bajo ellas, aquí no tiene posibilidades. Hace treinta y cinco años se hizo lo que se pudo para que allí fuera, sin lograrlo, y no tiene caso insistir hoy cuando su construcción en la parte alta del mercado Juárez, que ya se barajaba desde tiempos de Braulio Fernández Aguirre, el menor, por fin parece tener posibilidades.
Más vale tarde que nunca, dice el refrán y la experiencia; y lo de tarde ya lo es, pues muchos negocios no hubieran cerrado, habrían subsistido si ese estacionamiento se hubiera construido cuando se le negó toda posibilidad al de la plaza. Y si no se hace ahora, otros les seguirán.
Obras son amores, dice otro aforismo, y lo mejor es no esperar más y tomar el toro por los cuernos. Dicen que el hombre es el único animal que puede equivocarse dos veces, y no hacer ahora ese estacionamiento sobre el mercado Juárez sería incurrir en el segundo error
Y D O M I N G O
Y mientras los mexicanos conserven esa apatía, mientras no se decidan a ocuparse activamente de la suerte de su ciudad, de su patria, que tanto importa a sus intereses privados, imposible es toda mejora y casi indefectible la ruina de nuestra sociedad. FRANCISCO ZARCO