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MIRAJES

Emilio Herrera

L U N E S

Los poderosos son así. Lo han venido siendo desde siempre. Hacen lo que les da la gana, cuando les da la gana. El más famoso de los macedonios, de muchacho, cuando regresaba de hacer ejercicio leía grabado en el mármol de un santuario: ?Soy un dios inmortal, dejé de ser mortal?, según nos cuenta en una de sus páginas Harold Lamb.

Bush después de contrariar a todo mundo se fue a hacer la guerra de Irak, y ahora, según la noticia de hoy, va rumbo a Europa ?para fortalecer los lazos con sus aliados después de los fuertes desacuerdos con sus aliados?.

Y no es que Bush se crea inmortal; no es tan tonto. Pero, por lo mismo de que está seguro de no serlo, sabe que tiene poco tiempo para usar y gozar su poderío y no desaprovecha ninguna oportunidad que se le presenta. Por lo demás, los otros, siempre están dispuestos a recibirlo con los brazos abiertos, y a decirle lo que saben que le gusta oír, agradeciendo a la divinidad los tiempos que les ha tocado vivir en los que sólo uno es el poderoso, pues ha habido otros en que éstos han sido varios al mismo tiempo.

A Bush, por otra parte, hay que reconocerle que tiene bien centrada sobre sus hombros la cabeza, pues muchos de los gobernantes actuales con el poder que al norteamericano le da su imperio, acabarían como Calígula que perdió sus guerras por escoger mal a sus rivales, Germania y Bretaña, lo cual no le quita lo chiflado.

M A R T E S

Desde que tengo uso de razón he venido escuchando que los mexicanos somos todos unos flojos, con las excepciones necesarias para que lo dicho sea cierto. Lo anterior no sólo es la opinión de algunos forasteros tercos en atarear a los nacionales que se les acercan sino, también, la de varios compatriotas decididos a demostrar lo contrario, para lo cual se convierten en la excepción que confirma la regla.

Las excepciones, ya se sabe, logran todo aquello que se proponen y, en este caso, la laboriosidad nacional. Así, los mexicanos, después de tantos años han llegado no sólo a trabajar sino a buscar trabajo cuando nadie se los propone.

No falta quién me diga: ?Mira al otro lado, allí no hay flojos, todo mundo trabaja?. Y efectivamente, cuando he tenido oportunidad he visto trabajar a tantos que, pueden ser o no todos, pero a mí me lo parecen. ¿Por qué será? ¿Será sólo porque son trabajadores de nacencia, y no pueden estar sin hacer nada? Y los mismos extranjeros en cuanto llegan allá lo primero que hacen es trabajar. Entonces, ¿lo de trabajar se pega?

Escuchando, escuchando, me entero de que no es eso precisamente; no se pega, lo que pasa es que se paga, y se paga bien, a tanto la hora, que con un par de ellas los que trabajan se meten al bolsillo lo que aquí en un día. Y así, ¿quién no se va a hacer flojo si regresa?

A lo mejor se trata que no es cosa de flojos sino de agarrados, cicateros, tacaños, mezquinos, manicortos y cenaoscuras.

M I É R C O L E S

Si yo tuviera un escudo, licenciado, en él estaría rampante Douglas Fairbanks, padre, que fue el primer actor que yo vi en la pantalla de un cine, el ?Princesa?, por supuesto, caracterizando al mosquetero más mosquetero de todos los mosqueteros que Alejandro Dumas pusiera en ?Los Tres Mosqueteros? que, así, le resultaron cuatro.

Principiaban los años veinte en los que competían los cines, que además eran teatros cuando así convenía, ?Herrera? y ?Princesa?, aquel atrapando clientes con la serie de ?La Moneda Rota? en la que las pistolas empezaron a mostrarse muy activas en la pantalla, y en ellas siguen, y éste, aferrándose a las espadas en una especie de canto del cisne, pues ahora sólo salen como adorno en algunas chimeneas.

La influencia del cine atrapaba a los chamacos como yo, que empezaban su afición casi al mismo tiempo que sus estudios escolares, y se descubría porque en sus juegos unos hacían pistolas de sus propias manos gritando ¡pum!, ¡pum! y agregando: ¡Ya te maté!, para que no quedara duda, en tanto que otros usaban delgados palos como espadas que esgrimían un poco entre sí antes de intentar adelantar al otro tirándose a fondo contra su rival.

En aquellos cines, pues, fue que yo aprendí a ser el otro que no era, y mi padre, viudo de mi madre, que se le fue tan pronto, apenas un poco más después de tenerme, y cuya muerte a él y a mí nos dispersara, cuando venía de Los Ángeles, California, USA, donde trabajaba viviendo con la familia de su hermano Juan, alimentaba el nacimiento de mi afición al cine llevándome a él diariamente.

J U E V E S

A estas alturas hace 505 años la ciudad de Gante andaba como se ponen las nuestras cuando son visitadas por los presidentes, es decir toda recién pintada y llenas sus alturas, árboles o lo que fueran, de papeles blanco, rojo y oro para recibir como era debido al que de nacencia iba a ser, seguramente, el hombre más rico y lleno de bendiciones nacido en el 1500.

Ya era 24 de febrero, mañana sería 25 día de San Matías Apóstol. A las tres y media de la madrugada el heraldo anunció que Juana de España había dado a luz a un niño varón, fuerte y sano. No pudo seguir. Gritos de júbilo se elevaron al aire. La casa de los Habsburgo tenía un heredero.

Juana, la madre, exhausta por el parto, se sentía feliz y sonreía débilmente, mirando a sus dos grandes amores, el uno al lado del otro.

Ahora que el niño había nacido, su obligación primera era ocuparse de las cortes europeas comenzando por la de su padre el emperador y la de los Reyes Católicos supieran la buena nueva. Se dirigió a su sala de despacho y ordenó a sus secretarios que se redactaran las misivas anunciando el feliz evento a todos los reyes, el Papa, y a los príncipes electores del Imperio.

Cuando estuvieron listos se entregaron a los heraldos que salieron haciendo galopar a sus caballos al alba.

El astrólogo más famoso, napolitano por cierto, Lorenzo Miniate hizo la carta astral del recién nacido: el duque de Luxemburgo, primer título que se le dio a Carlos V, Primero de España, sería un hombre muy afortunado, cristiano y defensor de la Iglesia, gran guerrero y gran amante. Todos los augurios eran buenos.

V I E R N E S

En 1536, Carlos I de España, en un parlamento celebrado ante el Papa Paulo III, adoptó la lengua castellana como lengua política universal. Y no lo hizo a través de ninguna disposición, sino prácticamente, rompiendo a hablar en castellano ante el Papa y los obispos reunidos. El parlamento era una grave acusación contra el rey de Francia. Y parece ser que el obispo francés se quejó de no entender nada de lo que decía el emperador, Y éste, entonces, seguramente en francés, le dijo:

?Señor obispo: entiéndame el que quiera y no espere de mí otras palabras que las de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana.

Ya entonces se producía confusión entre los términos ?español? y ?castellano? aplicados al idioma. En realidad lenguas españolas lo son todas las que se hablan en España y como más importantes el castellano y el catalán; y lengua castellana la que habla el pueblo en las dos castillas, en Extremadura, en Andalucía, en León y que es, además, lengua oficial en todo el país.

Carlos V tuvo desde niño mucha facilidad para los idiomas. Hablaba español, francés, italiano, inglés, flamenco y alemán. Se cuenta que decía: ?Uso el español para hablar con mi madre; el italiano para hablar con el Papa; el inglés para hablar con mi tía Catalina de Aragón (la que fue esposa de Enrique VIII); el flamenco para hablar con mis amigos; el alemán para mandar a paseo a mis enemigos y el francés para hablar a solas conmigo mismo. Sus porqués, según lo dijo un día, eran: el francés para hablar con las mujeres; el español para hablar con Dios; el italiano para hablar con los ángeles; el ingles para hablar con los pájaros y el alemán para hablar con los caballos que me han llegado de allí.

S Á B A D O

El día de hoy me lo he pasado en Monterrey. Elvira y yo hemos venido para asistir a la presentación civil de Emilio III . Dicen que el amor es fruto de la juventud. Algo más diríamos ella y yo: que lo es, de diferentes maneras, de todas las edades. Al menos, nosotros llevamos tres, y es que ?el amor engendra amor: cuando nos casamos; cuando se casó Emilio II, y ésta de Emilio III.

No falta quién haya dicho que, en la vejez el amor es ridículo, y es cierto, porque seguramente quien tal dice se refiere al amor de los veinte años; pero, afortunadamente a partir de allí cada año una pareja estrena un amor nuevo, un amor que no reclama ser amado sino seguir amando. Nadie expresa esto mejor que aquél que dijo: ?Te quiero mucho porque a tu lado encontré la forma de volver a quererme?.

Y D O M I N G O

Lo peor y lo mejor de estar enamorado es ese afán de que el mundo entero conozca o comparta nuestra flaqueza. RENATO LEDUC

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