L U N E S
Estoy leyendo un libro sobre Gandhi que mi hija Elvira, que acabó de leerlo aquí, me dejó la última vez que vino. El libro viene ilustrado con varias fotografías, una de las cuales es de lo que el político y pensador indio dejó al morir: sus lentes, sus zapatos, sus sandalias y un par de cosas más.
Al ver dicha foto recordé algo que David Herbert Lawrence, el autor de ?El amante de Lady Cheterley? decía del dinero: ?Sólo hay dos cosas que llenen: la vida y el dinero. El dinero es un sustituto de la vida. Las preocupaciones y las luchas son para ganar dinero. Aunque sea difícil ganar dinero, es mucho más difícil vivir. Y, por lo mismo, hemos llegado a donde estamos. La vida ha sido sustituida por la lucha por el dinero.
La única necesidad permanente es el dinero. Se puede salir de casa con el cerebro vacío y el corazón destrozado, pero no se puede salir con el bolsillo vacío. Hay que tener dinero. Para vivir, para no ser sino una ruedecita en el engranaje hay que tener dinero. Es la sola cosa necesaria. Y la sola cosa de la que uno se puede vanagloriar legítimamente es ésta: ganar dinero. Ganarlos, hacerlos, sacarlos de la nada, del aire sutil, del perfume de las flores y de la luz de la luna. Y reírse de todo.
El dinero es como una especie de instinto. Ganar dinero es en algunos hombres como un don natural. El que tiene el don lo gana de cualquier manera. Todo es empezar. Pero una vez empezada la cosa ya va sola. Hay que entrar en la danza. Para entrar hay que luchar, hacerse daño y hacerlo?.
Gandhi no despreció el dinero; en beneficio de la independencia de India y de sus compatriotas usó todo el que pusieron a su disposición. Con que nuestros políticos lo imitaran un poco estaríamos al otro lado.
M A R T E S
Más que el frío, estos días de chipi chipi que parecen no matar una mosca y estoy seguro que sí, y no solamente moscas sino hombres descuidados que la consideran inocua y se dejan empapar como si nada, son algo que, de vez en cuando, le reclamo al Señor haber creado. No los grandes aguaceros con sus terribles truenos, porque éstos nos asustan y nos hacen guarecernos donde sea, hasta que pasan, sino estas gotas espaciadas, que casi juegan a ser lluvia y no lo son para no perder su aparente inocencia engañosa y mortífera, porque más de una vez logran llegar a serlo.
Porque, sucede que, a pesar de la democracia, la igualdad de clases y esas zarandajas, y a pesar de que Ford en sus mejores días prometió que todos los hombres del mundo llegarían a tener uno de sus coches a la puerta de sus casas, todos esos buenos deseos no se han cumplido ? ni se cumplirán, según dicen que dijo el tío de no sé quién, norteño por cierto -, por el mundo todavía quedan muchos que ni a paraguas llegan, pero tan atrevidos que a quienes les advierten que está lloviendo y se van a mojar, les aclaran que eso no es nada, que llover, lo que se llama llover, cuando el diluvio.
Estas lluvias meonas y calabobos son, pues, lo que reclamo al Señor haber creado, porque no son sólo una amenaza para ellos sino para todos los pobres, que por cierto creó a millones, y que se engañan con ellas igual que los otros, con el agravante de que éstos poco protector tienen que ponerse. Algunos dicen que según la cobija es el frío. Ojalá y también esto pueda decirse para los indigentes y el chipi chipi.
M I É R C O L E S
Cuenta el italiano Carlos Manzoni que cuando la plancha no había sido inventada todavía, los pantalones no tenían raya, y muchos hombres se avergonzaban de la cintura para abajo.
Un día un joven tuvo la ocurrencia de valerse del lápiz, y con uno de copiar diseñó, en efecto, la raya de los pantalones.
Visto el buen éxito del lápiz de copiar, trataron las amas de casa de usarlo también para las ropas íntimas, aunque el resultado en esto fue negativo.
Andando el tiempo, cierto Domingo Caradura decidió estirar un traje sirviéndose de un diccionario pesado. Lo puso a calentar sobre el hornillo de la cocina, pero tuvo la desgracia de que el mamotreto se le quemase, salvándose sólo la letra zeta.
Fue una vecina suya, una tal Adela Plausible, la que por primera vez pensó en utilizar a su marido para planchar un par de pantalones. Después de ponerlo a calentar en la parrilla, lo hizo sentar encima de los pantalones, que resultaron así con una raya durable.
Luego, una vez que a consecuencia de los experimentos se quedó viuda, usó una maleta llena de piedras en lugar del marido, pero este ensayo sólo le produjo desilusiones.
Sin embargo, todas estas experiencias y ensayos dieron su fruto con el tiempo, cuando, aplicado un mango a un pedazo de hierro, resultó de la combinación la plancha auténtica y perfecta, que hoy, mil ochocientos y pico, calentamos bajo el sobaco por escasez de combustibles.
J U E V E S
Carlyle fue uno de los grandes predicadores del siglo XIX. Predicó el evangelio del silencio en cuarenta volúmenes. Era un revolucionario en espíritu, pero como les ocurre a muchos detestaba a la gente y, por tanto, su revolución tomó una forma poco corriente. Hablaba mal de la época y predicaba la aflicción; pero la salvación, según él, había de llegarnos de mano de un Héroe, algún hombre divino, quien, investido de autoridad, lo enderezaría todo. Carlyle no aclaró nunca cómo habíamos de dar con el Héroe: se anunciaría a sí mismo de alguna manera y otros le reconocerían como tal. Carlyle buscó y rebuscó Héroes en la historia que le sirvieran de ejemplos para el futuro. Su primer descubrimiento fue Oliver Cromwell; el segundo, menos acertado, Federico el Grande.
Carlyle escribió su mejor obra antes que le diera por venerar a los Héroes. ?Pasado y Presente? (1843) es el intento más afortunado que jamás se haya hecho para representar el nuevo espíritu de la Edad Media; y la ?Revolución Francesa? (1837), es, desde luego, la obra más dramática de historia que jamás se ha escrito, tal vez la mejor. En cambio ?Federico el Grande? (1858-1865), con sus volúmenes intermina-bles, es probablemente la más pesada. En su vida privada fue desgraciado. Su mujer, Jane Welch Carlyle, era inteligente, tenía un espíritu inquieto y pertenecía a una clase social ligeramente superior a la suya. Nunca se preocuparon por consumar su matrimonio y regañaban por ello con frecuencia. Después de la muerte de su mujer, lamentó haberla tratado mal.
El mensaje de Carlyle de veneración por los héroes es trivial cuando no necio. En la práctica significaba Hitler y Mussolini, pero estaba escrito en un lenguaje incomparable.
V I E R N E S
Por ser hoy el día que es, y por cumplir en él, los años que cumplo, me voy a dedicar el siguiente poema de Rubén Darío: ?Lo Fatal?:
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, porque esa ya no siente.
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y ser temor de haber sido y un futuro terror . . .
Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, y no saber a dónde vamos,
ni de dónde venimos . . .
Días como éste son bellos de vivirse porque siempre hay una llamada telefónica que gana a las demás, y no siempre es la misma, algunas veces corresponde a alguno de los hijos, otras a amigos y con frecuencia a alguien que pertenece a ese inolvidable grupo de empleados que en mi vida han sido, y a quienes quedo reconocido por la fidelidad de su recuerdo.
S Á B A D O
Eso pasa siempre. Cualquiera iba a decir que con la amable temperatura del jueves el tiempo iba a sacar quién sabe de dónde el poco frío que le quedaba para echarnos a perder el amanecer de ayer.
Afortunadamente al rato se arrepintió y no nos podemos quejar del resto del día que fue bueno, como debía.
Así son estos meses en que una estación se apresta a seguir a otra.
La que se va no lo quisiera, y la que le ha de seguir se impacienta de esperar. Ambas nos dan estos días diversos en sí mismos, días en los que muy pocos saben lo que tienen que ponerse o no y por eso en las calles se ve lo mismo gente que va muy abrigada que otra que va en mangas de camisa. Pero este espectáculo no durará mucho más. El tiempo de calor se está anunciando, y en él cada quien se dará el gusto de vestir lo que quiera, hasta una sola playera. Lo que se acaba son las famosas cabañuelas, sí, ¿verdad?
Y D O M I N G O
Para explicar su conducta unos invocan raros motivos intelectuales, otros pasiones complicadas, otros una sensibilidad extraña. No han caído en que el cansancio ? sumisión al ritmo externo, abandono y renuncia ? es la explicación. CARLOS DIAZ DUFOO, HIJO