L U N E S
Resulta querido lector que, según el Salvat que acabamos de completar, porque, seguro, usted también lo adquirió, ?adehala? es ?lo que se da de gracia o se fija como obligatorio al precio de una cosa?. Y puede que lo sea, pero, para mí, eso ?que se da de gracia? ni se da ni se dio si no se pedía. Y estoy seguro de que, si se me volviera a mi niñez por el tiempo necesario para ir a la tienda de la esquina, comprar lo que fuera y al pagar les dijera: ?Déme mi adehala?, se quedarían mirándome como si fuera un marciano o cosa por el estilo. Y lo mismo te pasaría si les pidieras tu ?alipego?.
Lo que hace medio siglo todavía daban las tiendas de las esquinas a los chamacos era ?el pilón? palabra que todavía todos entienden, te den o no te den lo que con ella les pides.
Pilón era, lo que, cuando en cada esquina había un abarrotero, éstos te daban por añadidura a tu compra, y que hoy no te dan porque ya no hay quién te atienda: tú te atiendes solo y ellos se ahorran los pilones. Tiempos en que algunos valores eran los que la siguiente cuarteta de Mendoza dice:
?Las viejitas a cuartilla,
las muchachas a tostón,
los yernos a seis centavos
y las suegras de pilón.?
M A R T E S
Cuenta un cuento oriental que en aquellos tiempos en que, si bien las serpientes ya no hablaban, los pájaros sí, un sultán citó a los pájaros porque su mujer, que había perdido el sueño quería sus plumas para poder dormir sobre un lecho de ellas. Fueron todos el día citado menos el búho que llegó hasta por la noche. Por supuesto que el sultán se lo reprochó, preguntándole por qué no había ido, como todos, por la mañana. El búho le dijo que había estado muy ocupado comparando el número de los hombres con el de las mujeres, y el de los días con el de las noches.
El sultán, sorprendido, le preguntó sobre el resultado de su comparación, que quiénes habían resultado más, los hombres o las mujeres.
El búho le informó que las mujeres eran más numerosas que los hombres. El sultán quiso saber tambien sobre los días y las noches, cuáles eran más. El búho le dijo que los días eran más que las noches. Entonces el sultán le preguntó la causa de que así fuera, pues él siempre había creído que a cada día correspondía una noche. Señor, le dijo el búho, es que las noches en que la luna sale, ya no son noches sino días.
Y de los hombres comparados con las mujeres, qué me dices. El búho, poniéndose serio, si es que los búhos pueden ponerse más serios de lo que son, le dijo: A esto, señor, os digo que el hombre que hace caso de los caprichos de la mujer no pasa de ser una mujer más.
M I É R C O L E S
Tenemos que volver a decirlo: los tiempos cambian. Y los ?júniores? también. Hoy traen locos a sus padres, igual que siempre, y si no, acuérdense de Caín; pero, hubo un tiempo en que los ?júniores? fueron ejemplares. Aquello empezó en la década de los cuarenta. Don Enrique C. Treviño era, por entonces, director y propietario de la Escuela Comercial Treviño, y secretario de la Cámara Nacional de Comercio de esta ciudad, de la que era presidente don Luis Sáenz. Con ellos se comunicó un día un joven norteamericano pidiéndoles que le reunieran a jóvenes de esta ciudad no menores de veinte años ni mayores de treinta y seis; que quería hablarles de lo que grupos de esa naturaleza venían haciendo en beneficio de sus ciudades en Norteamérica e invitarles a agruparse y hacer obras de beneficio social en Torreón.
Los primeros que aquí se entusiasmaron con tal idea fueron Porfirio de la Garza, Armando Rubio, Lucio Torres, Abdiel Vega, Alfredo Jaik, Alberto Maya, Carlos Jalife, Julián Núñez, Alfonso Fernández, Donaldo Ramos Clamont, el que esto escribe y, así, hasta medio centenar. Antes de diez años ya habían salido triunfantes en la Convención Internacional de Cámaras Junior celebrada en San Francisco a principio de los cincuenta con la presentación de su obra de los Desayunos Escolares, de los que para entonces habían dado Un Millón.
¿Por qué los jóvenes ? sobre todo los que tienen padres con dinero ? no buscan significarse con servicios a su ciudad, en lugar de los escándalos en que participan?
J U E V E S
Bueno, la verdad es que los padres, para ser felices, necesitan estar dando, continuamente, cosas a sus hijos. Las madres hacen lo mismo, pero sus dádivas son diferentes. La madre da caricias, hace realidad caprichos culinarios, cosas por el estilo, en tanto que el padre se pasa la vida haciendo a diario el mismo regalo: dinero, dinero, dinero, o cosas que se compran con él, según sea su riqueza.
Lo anterior no sería mayor problema si los padres fueran discretos, pero no lo son, así que no les disgusta que la cosa se sepa, lo mismo que la digan los propios hijos o que la sigan contando quienes han llegado a saberlas por conducto de aquéllos.
Hace apenas un siglo todavía las cosas eran diferentes: los padres, aunque tuviesen dinero de sobra, en cuanto sus hijos terminaban, mal o bien, una primaria los tomaban de la mano y se los llevaban a alguien para que les enseñara lo que sabía, ya fuera agricultura, industria, comercio o cualquiera otra actividad, diciéndole: aquí le traigo a mi hijo para que le enseñe lo que usted sabe y me lo haga un hombre. Y es que en aquellos tiempos saber algo era importante, pero más lo era llegar a ser un hombre, cosa difícil de lograr bajo la debilidad de los padres que acaban perdonando todo lo malo que hacen, no dándoles la oportunidad de descubrir por sí mismos que ser buenos da mejores resultados.
Como alguna vez dijo García Lorca: ?El hecho de su nacimiento no quiere decir hacer al hombre: al hombre se le hace cuando se le proponen inquietudes, buenas inquietudes, en la vida.
V I E R N E S
Cuentan que la primera mujer de Napoleón, Josefina Beauharnais era una mujer de mucha seducción sexual, muy sexy, como se diría ahora. Y supo aprovechar muy bien esta condición natural. Su primer matrimonio con Alejandro de Beauharnais (ella se apellidaba Tascher de la Pagerie) no fue un matrimonio de amor. Un biógrafo lo cuenta así: ?Josefina nació en la Martinica, donde su padre era gobernador. Este señor tenía otra hija de diecisiete años, y buscó marido para ella en París. El marido elegido fue Beauharnais, sin que ellos dos se conocieran. Ya concertado el matrimonio, la muchacha murió. Entonces el padre escribió al futuro yerno ofreciendo la hija segunda, que le decía ?tiene un cutis muy bonito y unos hermosos brazos y desea ardientemente vivir en París?. Llegó el contrato matrimonial con el nombre de la mujer en blanco y el padre puso el nombre de Josefina.
Cuando la revolución, el vizconde de Beauharnais fue guillotinado. Josefina, su mujer había sido detenida con él y estaban los dos en la misma cárcel, en sala común con otros muchos. Todas las mañanas llamaban a los condenados a la guillotina. Una mañana gritaron el apellido: ¡Beauharnais! Los dos se levantaron, el vizconde y Josefina. Pero el vizconde se anticipó, diciéndole a su mujer: ?Permitidme, señora, que, por una vez, pase una puerta delante de una dama.
Y gracias a esta descortesía histórica, sólo se lo llevaron a él. Y Josefina pudo llegar a ser la que fue.
S Á B A D O
Cuenta la historia que viendo el caballeroso sarraceno Saladino que Ricardo Corazón de León se había quedado sin caballo, le mandó dos corceles, diciendo que no podía ver a tan bravo caballero sin montura. El obispo de Salisbury dijo al sarraceno que ?si alguien pudiese transmitir vuestras nobles cualidades al rey Ricardo y a vos las de él . . ., entonces el mundo entero no podría presentar dos príncipes que les igualasen?. Pero la caballerosidad no hizo desistir a Saladino de sus objetivos. Mirando hacia el Mediterráneo, dijo a su secretario: Cuando con la ayuda de Dios, no quede ni un solo franco en estas costas, voy a dividir mi territorio y a dar a mis sucesores mis últimas órdenes. Después . . . cruzaré este mar hasta las islas en persecución suya hasta que en la faz de la tierra no quede ni un solo creyente en Dios?.
No vivió para cumplir esa promesa: Pero vio a los musulmanes unidos por la Paz de Ramleh (1192) que puso fin a las Cruzadas y dio a Saladino el dominio del Oriente Medio. Poco después murió Saladino. En sus últimas horas de vida ordenó a su portaestandarte que recorriese a caballo las calles de Damasco llevando una mortaja y gritando: ?Mirad, esto es cuanto queda del poderoso Saladino, el Conquistador de Oriente.?
Y D O M I N G O
Los libros de la niñez no pasan nunca, no envejecen, no mueren. En sus líneas, que no en balde parecen surcos, los poetas arrojaron la siempre de las palabras que después han florecido en el hombre. ANDRÉS HENESTROSA