Torreón Calidad del aire Peregrinaciones Tránsito y Vialidad

MIRAJES

Emilio Herrera

L U N E S

Bien, aquí estamos, una vez más, en esa semana que llamamos mayor y, por una parte, no tiene ni un minuto más que las otras y, por otra cada vez se vive menos de diferente manera, más piadosamente, como antes.

Hay ausencia en ciertos sitios, los cafés, por ejemplo, de algunas caras acostumbradas, porque sus dueños compadecidos de darles durante todo el año tanta sombra, las han llevado a la playa a tomar el sol. Ya las veremos, cuando regresen, razonablemente quemadas.

Nuestras calles se comienzan a llenar de caras desconocidas.

Pertenecen a familiares de algunos que un día vinieron a conocer la comarca y aquí se quedaron por generaciones, y que hoy reciben las visitas de los suyos.

A los que no salimos por la causa que sea, incluso la de no encontrar por todas partes a los laguneros que salieron, la oportunidad de ver a nuestra ciudad como turistas se les ofrece de perillas para conocerla como nunca. Los que se dediquen al poniente buscarán inútilmente cosas que ya no están, lo mismo la vieja estación que los dulces de don Petronilo o los tacos de “la jorobadita”; los que vayan al oriente verán lo nuevo, lo mismo comederos de todo tipo, particularmente los que nos han llegado de la capital.

M A R T E S

Lupita y Vidal se dedicaron ayer a celebrar la primavera. No lo hicieron solos. Invitaron a sus amigos y rodeados de ellos se dedicaron a recibirla.

No sé, si recordaría en algún momento aquel poema que su padrino Rafael del Río compuso a esta hermosa estación. Su primer soneto dice:

¡Ay tus nacidos aires primavera,

tus nuevos, presentidos avatares,

tus pájaros de voces ejemplares,

la verdecida flor de tu pradera!

¡Ay tu cauta, aromática madera

- resina de los órficos pinares -,

tu aliento de rosal y de azahares,

tu adolescente, pálida manera!

¡Ay primavera tu esplendor constante

todo de emanaciones y lejano:

el campo que me da su olor distante,

el predilecto brote del manzano,

el cielo de cristal o de diamante,

ay abrasada nube de verano!

M I É R C O L E S

De la Semana Santa éste era el primer día, mejor dicho, la primera noche que Mamá Lola me tomaba de la mano para llevarme a la iglesia de Guadalupe para ver a un Jesús preso. Ya habían ocurrido, pues, el beso de Judas y la negación de Pedro. Y no es que Judas no quisiera a Jesús, acaso lo quisiera más que los demás, pero lo quería para él, sólo para él y sus proyectos.

Aquellas visitas me hacen recordar los púlpitos de las iglesias, todos desaparecidos, y si no, al menos ya no usados. Sin embargo debieran volver a ellos. Los micrófonos usados en su lugar no los suplen, no han llegado a suplirlos. Y cuando ahora se dice: “Vamos a oír misa”, muchas veces esto no es del todo cierto, pues los micrófonos no hacen el milagro de que la misa se escuche bien en todo el recinto, cosa que sí lograban los sacerdotes que, en mi niñez, hablaban desde los púlpitos y conmovían a los fieles. Pero, bueno, allá ellos.

J U E V E S

¿Te acuerdas, Simón, de aquella actriz, Ana Magnani. Fue de los tiempos en que las italianas se pusieron de moda. Y resulta que un hombre de aspecto sólido se presentó en un dispensario de urgencia, desorbitados los ojos, las mejillas ardientes. Se quejaba de lo mucho que le dolía la cabeza. El médico de servicio le preguntó si le acostumbraba doler, y él le informó que no, pero que ese día lo habían abofeteado ocho horas seguidas. El médico, naturalmente se sorprendió, y le preguntó si se trataba de la policía y entonces fue cuando reveló que quien lo había golpeado era la Magnani.

El médico empezaba a temer que se tratara de un loco. Pero el hombre se fue explicando y todo se aclaró. Estaban rodando una película sobre Garibaldi, protagonizada por la Magnani. En una escena la Magnani daba un bofetón a un soldado. Se empezó a rodar la escena a las dos de la tarde.

Salió mal y se tuvo que repetir. Y así otra vez, y otra y otra . . . hasta la diez de la noche en que salió bien, o al menos aprovechable.

Y el pobre hombre era el soldado de los bofetones, a quien el médico recetó cinco días de reposo total.

V I E R N E S

Roger Calliois, el escritor francés, cuenta los sucesos de este día de esta manera: “He aquí lo que te propongo: el tiempo urge. Es hora de tomar medidas prácticas. Hoy toca una fiesta en que la costumbre exige que sea indultado un preso. Concede a la multitud que elija entre Jesús y un bandido que tengo en un calabozo y que se llama Barrabás. Ten la seguridad de que la multitud elegirá al ladrón. Por de pronto el Sanedrín cuidará de que sea así. Luego un ladrón no excita las pasiones como un profeta. La multitud elegirá a Barrabás para que Jesús sea crucificado. Seguidamente entrégales al hombre como de mala gana y dejando en claro que no ha sido tu elección. Diles que obedeces a la tradición indultando al preso por ellos preferido y que te lavas las manos de la muerte del otro. Lo que te digo no es una metáfora. Es necesario que te laves realmente las manos en el estrado, públicamente. En toda Judea, y aun más allá, es el acto ritual para alejar de sí las manchas que deja una falta o un sacrilegio, para neutralizar las consecuencias de un sueño funesto o de un presagio siniestro, para decir al alma del que murió de muerte violenta que debe dirigir hacia otro lado su legítimo rencor. Todos comprenderán. Cree en mi vieja experiencia, señor.

Esta magia es corriente y lavarse las manos adquiere tan fácilmente un sentido simbólico que no existe el menor riesgo de parecer ridículo a los ojos de la administración central.

Procuraré que haya a tu alcance un aguamanil, una fuente y un lienzo en el tribunal de Gábata. Yo mismo, en el momento oportuno, verteré el agua sobre tus manos.

S Á B A D O

Sigue lo de ayer:

“Un consejo más, si me lo permites, señor. Haz crucificar al Profeta con los condenados de derecho común, de modo que la ejecución parezca menos política y que no se vea que Roma cede ante la presión del Gran Consejo. También convendrá mantener secreto el lugar de la sepultura del Galileo. En Oriente, las tumbas de los rabís son objeto de veneración y lugares de peregrinación y, por tanto, donde se reúne la gente”.

Pilato quedó perplejo. Admiraba la astucia que había en la escapatoria propuesta. Pero era la primera vez que tenía tan claramente vergüenza de ser un hombre al que se pudiera, a sangre fría y como medida saludable, proponerle un crimen. De modo inesperado, lo más evidente del discurso de Menenio había sido hacerle vislumbrar de pronto que tolerar la ejecución de Jesús, pudiendo impedirla, era tan criminal como asesinarlo fríamente. Si había rechazado las demandas de Anás y Caifás, era más por antipatía hacia ellos que por respeto a la justicia abstracta. Ni siquiera había pensado en el argumento que Menenio acababa de presentarle como constitutivo del fondo del pensamiento de Caifás. Desde luego, para un administra-dor una injusticia ofrece menos inconvenientes que un desorden. Pero de aquí a decir que vale más.

De pronto, aunque conocía muy bien las necesidades de la política, se escandalizaba ante la fórmula que, sin embargo, había aplicado siempre, por rutina, por pereza, sin remordimientos y como presupuesta. Es indudable, se repetía Pilatos, que una injusticia vale más que un desorden”.

D O M I N G O

Nadie se disfraza de algo peor que de si mismo. SALVADOR ELIZONDO

Leer más de Torreón

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Torreón

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 140369

elsiglo.mx