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MIRAJES

Emilio Herrera

L U N E S

Las mujeres, y más que ellas, que saben lo que son capaces de ser, los hombres se quejan constantemente de que a ellas se les hace menos.

Sin embargo, quien va a la historia se encuentra en ella a la mujer con suma frecuencia. Cuenta Jenofonte que allá por el año 531 a. C. un enorme ejército amenazaba el imperio de Ciro. Dicho ejército obedecía a una mujer: Tamiris, viuda de su jefe, que no sólo era atrevida sino, también cortés. En el momento en que Ciro se aprestaba a empezar el combate recibió de parte de ella este mensaje:

“Rey de los medos, abandona tu criminal empresa, pues no puedes saber si el cumplimiento de ella te resultará favorable. Confórmate con reinar sobre tus súbditos y toma el partido de vernos mandar a quien mandamos”.

Ciro era Ciro, así que se encogió de hombros y esperó al enemigo a pie firme. El encontronazo fue terrible. A Herodoto le contaron que: “Jamás una pelea de hombres fue tan encarnizada; después de haber agotado las flechas los soldados se lanzaron unos sobre otros y combatieron largo tiempo en un furioso cuerpo a cuerpo con sus lanzas y sus espadas, sin querer abandonar ese lugar de matanza antes de que una de las dos partes resultara vencida”.

“Fueron los masagetas, dirigidos por Tamiris, la viuda, quienes vencieron. Los persas, derrotados por primera vez, fueron aplastados. Entre los muertos estaba el propio Ciro”. Así han sido siempre las mujeres. Nunca han necesitado de vejigas para nadar.

M A R T E S

Que tenemos leyes buenas, las tenemos. Nuestro principal problema es que no se utilizan como se debe contra quienes las desobedecen. No son cosa nueva, por ejemplo, esas quejas de quienes adquieren casas y ya dentro de ellas y con el compromiso de pagarlas encima descubren su mala construcción. Desde que se puso en obra el sistema de construirlas en serie y venderlas una por una, se viene hablando de su mala calidad, sin que las autoridades hayan hecho mucho - y a lo mejor nada - por castigar a quienes han abusado de ello, pues para que sigan en el negocio es que mal no les ha ido. Una queja de vez en cuando; alguien que se atreve a decir lo que pasó y pare usted de contar. No pasa nada. Por eso cada día son más las cosas - y las casas - que se hacen mal y se venden bien.

Lo verdaderamente lamentable en estos casos es que dichas casas están construidas para que las adquieran quienes hacen verdaderos esfuerzos para pagarlas, y no tienen reservas con qué hacer frente al sobre precio que representa el no haber sido bien construidas; pero en este caso parece que se construye para que el que las termine sea el que las adquiere, y no hay que ser.

Y es que aquí muchas cosas se hacen, fabrican y se venden con el único fin de ganar dinero sin tener en cuenta para nada la honradez, el sentido de responsabilidad y, en fin, esas cualidades que hacen, poco a poco, el prestigio de un hombre.

M I É R C O L E S

Difícilmente se ha reunido nunca en ninguna parte la cantidad de gente que hoy está en Roma con motivo del sensible deceso del Papa Juan Pablo II. Al ver en las pantallas domésticas televisivas el amontonamiento formado por todos los romanos y demás gente que allí ha ido de todas partes del mundo, católicos o no - entre ellos estaba hace un rato el propio presidente Bush - uno se pregunta dónde se quedará toda esa gente los días de hoy y mañana, principalmente.

Los poderosos no tienen problema; los políticos de alcurnia lo harán en las embajadas de sus países, otros tendrán allá sus propios apartamentos; los que han tenido que depender de una reservación puede no tengan sorpresas desagradables, pero, ¿los que se han atrevido a ir o quedarse a ver qué pasa? Imaginémonos nomás en medio de todo aquello a algún desprevenido que tenga urgencia de salir cuanto antes. ¡El acabóse!, sencillamente, el acabóse.

Por mi parte volví a confirmar que cuando sucede un caso extraordinario siempre es seguido de otro parecido. Así un avionazo es seguido de otro, lo mismo que un descarrilamiento, y tratándose de personas, vemos que la muerte de Juan Pablo II ha sido seguida por la de Rainiero, ese príncipe sonriente, amante del mar, que venía reinando sobre la roca de los Grimaldi, aquel que cuando hace treinta años le preguntaron cómo veía los problemas de la Iglesia contestó: ¿Qué problemas? Ella existe desde Cristo. Existirá cuando ya no exista ni el más mínimo recuerdo de usted, ni de mí. ¿Qué problema?

J U E V E S

Los que siguen sin ver una son Carlos y Camilla. De plano, alguno de sus conocidos mexicanos, que alguno han de tener, pues ahora nuestra gente anda por todas partes y entra en todos lados, deberían de convencerlos de que lo que deben hacer es darse una vuelta por acá, donde todavía sobran por muchas partes quienes se dedican a dar “barridas”, cosa que les hace más falta que a un santo una vela.

Por cierto a él se le vio en el Vaticano, aunque sin ella; o la había dejado en casa o en el hotel, la cuestión es que él andaba más solo que la una. En las fotos que se han publicado de ambos en los últimos días a ella se le ve rozagante y sonriente, llena de vida, en tanto que a él se le ve mal, tanto que hasta logra que su abrigo se vea viejo. La corbata es lo único que le luce, porque ya sería el colmo que con tantos años de príncipe no se supiera hacerse un buen nudo.

Total que si nada sucede en los últimos días el sábado ambos se dirán un sí en una ceremonia que no les llevará más de veinte minutos y que tienen sabido y resabido de tanto que se lo habrán dicho.

Ojalá y en el futuro, alguna noche en su hogar, uno de ellos no se pregunte si valió la pena tanta insistencia.

En fin, la cuestión es que, a partir de ese sí, a los ingleses les va a faltar en sus días un tema de conversación.

V I E R N E S

Los óbitos de Juan Pablo y de Rainiero nos dicen, bueno, me dicen y le dicen a aquellos tan longevos como yo que nuestro mundo - no el de la mayoría de ustedes, no asustarse - se está acabando. No el mundo en general, sino el de aquellos que nacimos en la segunda decena del siglo XX.

La cosa tampoco es como para temblar de miedo. Es cuestión del tiempo, del tiempo que pasa más rápido de lo que uno hubiera querido, eso sí. Pero, he venido poniendo a mi disposición el tiempo necesario para hacer mi vida, y de ofrecérseme la oportunidad de volverla a vivir no cambiaría de ella ni un acierto ni un error, ni a uno solo de los muchos seres humanos que en ella intervinieron, ni a ninguno de los pocos que hoy siguen vivos participando de mi tiempo, dando a diario, particularmente, gracias a Dios por ello y por el regalo que me hiciera de Elvira.

En una carta del Lic. Carlos A. Madrazo, (voz postrera de la revolución) fechada el 10 de diciembre de 1965, cuatro años antes de que muriera en un accidente aéreo cerca de Monterrey, aquél me decía: “Usted invoca el tiempo y eso es el verdadero secreto de la vida.

A veces lo derrochamos en causas estériles pero a veces tenemos el suficiente juicio para actuar de acuerdo con nuestra conciencia y sin quebranto alguno de nuestra dignidad.

De otra manera poco a poco nos iríamos quedando solos porque negarse a sí mismo es sin duda una manera de morirse. Lo que habrá de perdurar cuando es limpio y cuando es noble”.

El tiempo, pues, lo es todo y, con sólo pasar se ha ido llevando, y sigue, lo que ha venido siendo mi mundo, del que las inevitables e inocultables muertes de los grandes muertos citados me hacen meditar sobre un final cercano.

S Á B A D O

La foto de ayer, publicada en este diario en la primera página de su primera sección lo deja a uno chinito: ¡400 mil personas reunidas en el zócalo de la Ciudad de México! Una verdadera locura. Un gran peligro.

Cualquier insensato, o cualquier audaz con tres gritos es capaz de motivar una tragedia.

Democracia o no democracia, tales reuniones debieran de prohibirse dentro de las ciudades, y más en la capital. Si un grito a tiempo salva a un cristiano, como suele decirse, los tres gritos dichos se bastan y se sobran para generar una hecatombe.

Y D O M I N G O

Para salvarse necesita México que una firme, perseverante y definitiva política de conciliación y reconciliación de los elementos antagónicos que tienden a desbaratarlo, guíe y unifique para siempre a todos los habitantes del país. EZEQUIEL A. CHÁVEZ

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