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MIRAJES

EMILIO HERRERA

L U N E S

Se suspiró por la primavera, no tanto por el verano que, ya sabemos, en un momento dado se nos vuelve fuego y puede llegar a causar muertes. Allí está, sin más, ésta que causara hace días al motivar el sueño de un conductor cuyo automóvil, sin dirección, fue a chocar contra un árbol.

Si en el invierno el fuego es amable, en el verano es otra cosa, sobre todo para los pobres que apenas si pueden dormir bajo sus techos y paredes de garrochas y lodo recalentadas.

El calor excesivo casi es fuego. Para los pobres lo es. Para los otros, para los que no son pobres, por poco que no lo sean, la cuestión es fácil, y de poder salvar sólo una cosa, salvarían el fuego, porque no lo sufren en el verano con sus equipos de refrigeración. Pero, los pobres, donde quiera que se cobijen no pueden escapar de él. Ahora mismo, las once de la mañana, a la sombra tenemos 34 grados que están tercos en fastidiarnos el tiempo que sea necesario. ¿Te imaginas a un taxista o ruletero dando vueltas y vueltas en su instrumento de trabajo soportando el clima ambiente más el calor generado por su automóvil? ¿Te imaginas a los vendedores de carrito caminando por todas nuestras calles para ofrecer el producto que venda hasta completar lo necesario para poder retirar de ello lo necesario para vivir con los suyos? El mismo diablo si viniera a hacer lo que nuestros pobres hacen para ganarse la vida soportando este clima, en un par de días estaría deshecho y diciendo: Dice mi mamá que siempre no.

M A R T E S

Cuentan de Emmanuel Kant, filósofo alemán, que era un hombre sumamente ordenado, y vivía sometido a un horario que se repetía todos los días con rigurosa exactitud. Tenía sus reflejos tan condicionados, que si se producía alguna alteración en el orden que le rodeaba era incapaz de pensar ni, desde luego, de trabajar. Iba todos los días, después de comer, a dar un paseo, siempre por las mismas calles y de la misma duración. Y cada día después del paseo, entraba en una cervecería, siempre la misma, y se tomaba una cerveza y una salchicha. Un día el dueño del establecimiento no le pudo servir la salchicha. Se le habían terminado, y aún no había recibido otras, aunque las estaba esperando de un momento a otro. Kant se sintió invadido de un raro desasosiego y aquella tarde no pudo pensar ni escribir nada.

En la cervecería, mientras iba sorbiendo la cerveza y mordiendo la salchicha, leía el periódico. Era una tarde que estaba lloviendo muy fuerte. El dueño del local le dijo: ?Ningún día de este año ha llovido tanto como hoy. ¿No lo veis??.

Kant, sin levantar los ojos del periódico, le contestó:

¿Para qué? Mañana, en el periódico, me dirán la cantidad de agua que ha caído hoy.

Un día, una hija del dueño de la cervecería le dijo: ¡Qué bonita es la primavera! ¡Tantas flores!

Como todos los años ? le dijo Kant - . Las flores en primavera, la nieve en invierno. Esto se repite siempre igual. Y continuó leyendo.

M I É R C O L E S

Óscar Wilde es uno de los escritores, entre los de todo el mundo, que más han sabido reducir a frases citables, si no su pensamiento, al menos su ingenio. Estudió en Oxford, y ya allí fue uno de los muchachos de más evidente ingenio. Los profesores le tenían miedo. Y un tal Walter Pater era el único que confesaba su admiración por Wilde. Un día visitó a Wilde en su habitación. Le impuso silencio desde que entró y le dijo:

Le admiro.

¿A mí?

Sí. Le considero muy superior a todos los demás muchachos. Y he venido a decírselo para que lo sepa. Y eso es todo. Por lo demás, mucho me temo que mi admiración no le sacará de ningún apuro y, que fuera de aquí, lanzado al mundo, los tendrá día tras día. El mundo no perdona a los que no saben o no quieren disimular su inteligencia.

Y tuvo toda la razón el profesor Pater.

En Oxford le preguntaron qué pensaba hacer después en el mundo. Contestó con una sola palabra:

Estética.

¿Y para ganar dinero?

Venderé estética.

Pero, ¿habrá compradores?

Si lleva mi firma sí.

Wilde estuvo siempre convencido de su superioridad, y decía que, si le gustaba tanto hablar, era porque nada le sorprendía tanto como su propia conversación.

Gide había sido un buen amigo de Wilde y decía de él: ?Lo mejor de sus obras no es sino un pálido reflejo de su conversación. Quienes le han oído hablar, encuentran decepcionante leerlo?.

J U E V E S

Siempre que se busca una cosa se encuentra otra, o también otras que nos sorprenden agradablemente.

Elvira buscó esta mañana, en uno de los dos escritorios que tengo en mi pequeña biblioteca, con ese cuidado tan necesario para que las cosas salgan bien algunos papeles familiares, cuya existencia necesitábamos comprobar. Los encontró, claro, pero, además encontró algunas otras cosas de las que yo ni me acordaba, y que me dieron gusto, ese placer inesperado que puede recibirse por cosas como esta fotografía tomada el primero de Enero de 1954 en el bar taurino ?El Chicotito? que Pelayo Sordo Noriega Arzate tenía en su casa de Colón y Morelos de esta ciudad. En ella aparecen Manuel Ortiz, Humberto Solano, el propio Pelayo Sordo, Manuel Miñarro, Vicente Sánchez, Amador Galán y Manolo Sordo Arzate, todos ?hipócritamente? bebiendo lo que bebieran en tasas de café.

Por mi parte, no quiero ni siquiera hacerme la pregunta que tales fotografías provocan siempre.

V I ER N E S

Por algo en el cedazo del Señor se coló la mentira . ¿Qué harían sin ella, digan ustedes, los políticos que, como tantos otros, o como todos, para acabar pronto, vivimos de ella? Y si no, quitémosla no más y atestigüemos lo que queda de nuestro mundo.

Para no andarnos por las ramas, traigamos al caso al mismo Sócrates.

El mundo está vuelto loco por él. Todo mundo, menos Xantipa, su vieja, como decimos los mexicanos, que, de vez en cuando se le desesperaba y le gritaba sus verdades: ?Ya eres entrado en años, pronto vas a cumplir los setenta. Hazte hombre, trabaja en algo, gana, asegura a tus hijos?.

Era lo mismo que hablarle a la pared. Sócrates sólo sonreía. Y, si a veces decía algo, ese algo eran sus parábolas. Vaya usted a saber cómo vinieron uno y otro a casarse, a darse el sí, si es que entonces tenía que darse.

La cuestión es que, después, cuando le preguntaban sobre la conveniencia del matrimonio o el celibato, él contestaba que ?De ambos se arrepiente uno?, que ni era verdad ni mentira, y que sólo lo hacía para que Xantipa se le enfureciera. Ella, por su parte, algunas veces le seguía pizarra en mano para echar en ella una raya por cada persona con la que hablaba, para echárselas, luego, en cara. Pero, era incansable. Hablaba con todo mundo y nadie era capaz de vencerlo, cosa que sólo se consigue apoyándose cada vez que es necesario en alguna mentira, si bien es cierto que todo lo sabía porque para eso había estudiado, aunque él lo negara siempre. Era, además, un buen actor, pues se hacía pasar por ignorante y campesino. Así envolvía a todo mundo, algo que quisieran lograr, entre nosotros los políticos que andan metidos en lo que andan.

S Á B A D O

?Un día Cervantes, dice Benjamín Jarnés en ?Rúbricas? se dispuso a crear su obra eterna, perfecta . . . Y produjo el lamentable ?Persiles?. En cambio, otro día se dispuso a seguir la moda ? él creía que para combatirla ? y produjo el Quijote.

Se leían libros de caballerías, y Cervantes, pretendiendo desbaratar a los otros, agregó uno más a la lista. No logró su intento. Logró otra cosa: escribir un libro genial. Un libro de circunstancias. Un libro eterno, porque fue producido por la moda, por la ocasión, por el estímulo voluble, caedizo, pasajero de la moda. Siempre las grandes obras fueron producidas por un hombre que seguía la moda. O por un genio que inventaba la moda. Porque ?sencillamente ? inventar quiere decir hallar. Ser el primero en algo. Eso es todo.

No seguir una moda es hacer traición a su tiempo, es contentarse con lo puesto, es vestirse con el fondo del baúl. Y en el fondo del baúl sólo hay disfraces, elementos para una mascarada?.

Y DOMINGO

En México el emperador-presidente entra como dios vivo y sale como el payaso de las bofetadas. Quienes seis años se arrastran a sus pies, seis años más tarde le lanzan escupitajos. Tan despreciable es la adulación al que sube, como la injuria al que baja. JOSÉ EMILIO PACHECO

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