L U N E S
Da pena ver en estos días a todos los que tienen que ganarse la vida trabajando en plena calle, soportando la temperatura que a todos nos trae a mal traer, hasta a los que no salimos de la sombra. Algunos taxistas cuyo problema es el brazo izquierdo lo atenúan utilizando una manga extra que se ponen cuando al sol le da por empezar a quemarlos, pero otros a quienes eso les tiene sin cuidado acaban teniendo un antebrazo blanco, por así decirlo, y otro moreno, como si al moreno lo hubieran mandado a asolearse a la playa y al otro lo hubieran dejado castigado aquí.
Hace muchos años, alguna vez se contempló por el comercio la posibilidad de que en esta época del año, una de dos, o el comercio abriera más temprano por la mañana o cerrara más tarde por la noche, en estas noches en que a las veintiuna horas el sol todavía sigue haciendo de las suyas. Claro que no se llegó a nada, como nos sucede siempre en estas cosas y hasta parece que en otras, como en el estacionamiento que pudiera hacerse bajo la plaza, como los hay en tantas plazas del mundo. Aunque no se haya empezado, al menos del elevado en el mercado Juárez se sigue hablando, pero del de la plaza ni eso. Y claro, no es que todo pueda hacerse al mismo tiempo, pero tampoco es sano no hablar de ello, como si la oportunidad, por lejana que fuera, no existiera.
M A R T E S
El arquetipo del americano próspero ha sido, a través del tiempo, Benjamín Franklin. Lo fue casi todo: impresor, estadista, editor, inventor, hombre de ciencia, filósofo, diplomático y hombre de letras. Sobrio, pero tan poco dado a la solemnidad que no lo dejaron escribir la Declaración de Independencia por temor a que deslizase una broma en medio de ella.
Empezó su carrera en Filadelfia con un dólar holandés y un chelín de cobre en el bolsillo por todo capital, Franklin no tardó en disfrutar de una posición económica desahogada.
Su éxito se explica por una pasión en mejorar su mente y su carácter, que no han tenido igual en la historia. Él ordenó su vida. Buscando la perfección moral hizo una lista de las virtudes útiles, de las que encontró trece. En su famosa autobiografía escribió que tenía buen cuidado no solamente de ser buen trabajador sino de evitar aparentar ser todo lo contrario. Escribió un libro de apotegmas rurales que dio fama a su nombre.
Decían cosas como éstas: “Cuesta mucho hacer que un saco vacío se sostenga derecho”. “Un aldeano entre dos abogados es como un pez entre dos gatos”.
Todo en Franklin descansaba sobre una ancha base de sentido común.
M I É R C O L E S
“A TRAVÉS DE LOS AÑOS”, libro en el que, su autora, ADLA JAIK, ha recopilado, particularmente, las canciones de los autores más famosos del siglo anterior, acaba de ser presentado esta noche en el Centro Cultural Pablo C. Moreno, de esta ciudad.
El lleno que constituyó este acontecimiento demostró, una vez más, la estimación que nuestra ciudad le tiene a la autora. Estaban, entre otros, y, por supuesto, no iban a fallarle, sus amigos y amigos de la música romántica: Marú González, Ramón Ruiz Cavazos, Rosario Dovalin, Salvador y Nena Morales, Fernando Álvarez, Manolo Solo, Neo García y José Alfredo García, quienes, llegado el momento, le regalaron con actuaciones especiales cantando canciones que sabían de su gusto. De parte del R. Ayuntamiento y como Director Municipal de la Cultura el señor Alberto González Domene abrió el acto puntualmente, lo que ya de por sí es aplaudible.
Este lleno, toda proporción guardada, me hizo recordar con añoranza otros, aquéllos que semana a semana, allá por las décadas de los cincuenta / sesenta, conseguían en su propia casa Alfredo y Adla, y que llevaban el mismo propósito: hablar de canciones y de autores de las mismas. ¡Cómo se notó ahora por los que pudimos asistir a este acto, la ausencia de Alberto y Rosita Maya, de Daniel y la Nena Motola, de Manuel y Aurorita Anchondo, aunque a lo mejor, ve tú a saberlo, Adla, ellos tenían el mejor sitio de todos los asistentes.
J U E V E S
Ésta es una vieja leyenda árabe. La cuenta Essad Bey en su libro “Mahoma”, explicando el origen de Arabia.
“Cuando el Amo de todos los mundos creo la tierra, repartió equitativamente, entre todas las regiones, las rocas, las aguas, los prados y los valles. A cada país le cayó en suerte una fracción de estos dones del Todopoderoso. Arabia obtuvo también su parte. Luego, el dueño de Todo el mundo resolvió otorgar igualmente a todas las comarcas de la tierra un poco de arena; pues ella podía ser útil a los hombres. Cogió, pues, este elemento, lo apiló en un saco y confió al Arcángel Gabriel la misión de efectuar una justa distribución. Pero, Satán, el Maligno, tenía envidia a los humanos. En el momento en que Gabriel volaba sobre Arabia, Satán se deslizó secretamente junto a él, rasgó el saco y, al instante, la arena salió en masa y cubrió aquel país, secó los lagos y redujo sus corrientes de agua. Éste fue el origen del desierto, según una de dichas leyendas.
El Amo de los mundos experimentó gran cólera. “¡Ah! – dijo – mi Arabia ha quedado reducida a la miseria. Pues, bien, voy a revestirla de oro”.
Y con su gracia, creó una gigantesca cúpula de oro deslumbrante. Estaba destinada a alumbrar el desierto durante la noche; pero, también, de ello pensaba el Maligno privar a los habitantes del desierto y encargó a sus demonios que cubrieran aquel oro celeste, de grandes resplandores, con velos tan densos que parecieran negros. Sin embargo, el Dueño de los mundos no debía declararse vencido. Envió a sus ángeles para que con sus lanzas hicieran pequeñas aberturas en las oscuras y pesadas cortinas que había dispuesto Satán, y así nacieron los astros de Arabia como oro divino que sonríe al árabe cuando, despierto, se recuesta a la entrada de su tienda.
Durante el día es cuando el país se queda fatalmente entregado al Maligno.”
. . . pero, “el sol agota al país y vierte sin descanso sobre su suelo cruelmente desecado, los rayos ardientes de su hoguera”.
La verdad es que, a este respecto, tampoco le pedimos nada. Y, si no, “que venga Dios y lo vea”.
V I E R N E S
Pero, no dejaremos esta semana sin mencionar que Fernando Álvarez cerró la noche cantando su canción “Hay una región” que vale la pena que conozcan todos los laguneros. Aquí va.
Hay una región
que fuera desierto un día
espejo de sol
bañado por la acequia
Hay una región
rincón de la patria mía
hay una región
lugar de milagrería.
Tierra prometida a veces quimera
al fin sometida región lagunera
tu vasta campiña tus verdes praderas
tu algodón, tu viña milagros de veras.
Hay una región
rincón de la patria mía
hay una región
lugar de milagrería.
Bendigo al pionero que un vergel hiciera
de tu estéril tierra región lagunera.
Sudor de su frente agua de su entraña
de amor la simiente y fe en la mañana.
Hay una región
rincón de la patria mía
hay una región
lugar de milagrería.
Pero, claro, todo está en oírla cantada por su propio autor. Le sobraron aplausos.
S Á B A D O
El mundo es un puño, solía decir mi abuela. Y lo es. El jueves nos lo pasamos, Elvira y yo, preocupadísi-mos. Jamás nos había sido tan útil el teléfono como entonces, tratando de obtener de Monterrey y de la Ciudad de México, es decir, de sus casas y oficinas, información sobre Londres, y del tercero de los Emilios y de Zayda, su esposa, quienes nomás se dieron el sí definitivo frente al altar, hace unos meses y para allá se fueron a terminar sus maestrías.
Las noticias de aquel día en relación con los actos terroristas nos pusieron a pensar en lo peor. No podía ser de otra manera. Afortunadamente las cosas, para nuestros nietos recién casados, no fueron como desde lejos se piensan, y ya con ello se tiene bastante.
Esperemos que, como siempre, cauterice el miedo y todo en Londres vuelva a la normalidad.
Y D O M I N G O
Amo a mi patria casi infinitamente, como se podría amar a un hijo imbécil o malvado. RICARDO GARIBAY
