L U N E S
Bueno, pero, ¿qué le pasa a nuestro mundo? Es cierto, siempre ha estado loco, empero, nunca tanto como ahora. ¡Mira que intentar suicidarse un chamaquito de tan pocos años!
La niñez había sido, hasta ahora, una edad en la que sólo se podía ser feliz, es más, ni siquiera eso, como tampoco infeliz. Sólo se podía vivir, y eso era bastante. Ello le ocupaba diariamente todo el día.
Pero, de pronto sucede que vive un niño que no quiere vivir; que intenta quitarse algo que ni siquiera sabe, o se supone que no sabe, lo que es: la vida.
No sabe lo que es la vida; sin embargo, intentó quitarse eso que no sabiendo que es, sí sabe cómo suprimirla. ¿No es esto la locura más grande de que nos hemos enterado?
Trece años no son ahora los que eran en mis tiempos y, acaso por eso, todos los niños de trece años éramos felices y apenas si podemos entender que hoy un niño de esa edad no lo sea.
Una de las cosas que nunca he llegado a entender es que un niño de dos o tres meses muera. ¿Por qué tuvo qué nacer? Ahora debo de agregar esta otra. ¿Por qué un chico de trece años puede sentir en un momento dado pulsiones suicidas? ¿Quién le ha enseñado? ¿La televisión, acaso?
M A R T E S
A Somerset Maugham, escritor inglés, autor entre otras obras de ?El filo de la navaja?, que aquí alcanzáramos a ver todavía en el Teatro Cine Princesa, le preguntaron un día si escribir le parecía divertido.
Escribir es, al menos, entretenido, contestó. Lo malo es que el escritor necesita estudiar incesantemente a los hombres. Y lo aburrido es esto.
Requiere una gran dosis de paciencia. Sobre todo el estudio del hombre corriente, que empieza por desconocerse a sí mismo. Y no puede, por lo mismo decirnos nada de su aventura interior que sea del todo verdad. Lo único que se advierte siempre, en casi todos los hombres, es su inconsecuencia y su falta de ser definida.
Si es así, lo mismo da estudiarlos que inventarlos.
Pues, no; resulta que no da lo mismo. Y ésta es la parte aburrida de la profesión de escritor.
Maugham confesó una vez a su amigo Leonart Lyons que muchas veces, ni él mismo podía descifrar lo que había escrito a mano. Y añadió:
?Dicen que escribo todas las mañanas de diez a dos. Esto es falso. Escribo de diez a doce, y de doce a dos, entre mi secretario y yo, tratamos de descifrar lo que he escrito antes.
Contaba que una vez, al descifrarlo encontraron luna palabra cuyo significado desconocían. Y que no podía ser error, pues estaba muy claramente escrita. La buscaron en un diccionario de los más modernos y la encontraron. Allí le daban un significado, pero con una nota a continuación: que la única autoridad para el uso en inglés de aquella palabra era Somerset Maugham.
M I É R C O L E S
Hacer justicia no es cosa fácil, y lo peor es que mientras más avanzamos en el tiempo, menos fácil es, por eso sigue teniendo lo que se cuenta de la que ejercía Salomón, capaz, si venía al caso, de partir a un niño en dos.
Entre nosotros uno que visitó nuestro país allá por los años treinta del siglo pasado, es decir, ni siquiera hace cien años, contaba que visitando el entonces territorio de Quintana Roo, dominado por los mayas insumisos tuvo oportunidad de asistir a una sesión del Tribunal de Justicia que presidía el titulado general Francisco May, un indio que era en aquel entonces señor absoluto de la ciudad y campos de Nohoch Santa Cruz, donde ejercía su poder despótico contra el que nada podían las autoridades federales.
Sucedió que días antes se había presentado ante dicho Tribunal una india para denunciarle que su marido érale infiel con otra. El déspota maya comprobó la exactitud de la denuncia y procedió aquel día a hacer pública la sentencia que dejaba chiquitos los juicios de Salomón: ordenó que diesen 25 palos al esposo, por adúltero; 25 palos a la amante, por disoluta, y otros 25 a la mujer, por denunciar a su marido.
Y, que se sepa, ninguno de los tres se volvió a meter en líos judiciales.
J U E V E S
Alguien debe acordarse de Víctor Hugo, autor obligado de mi generación y quien, por cierto, en el destierro terminó su libro más famoso: ?Los Miserables?.
Víctor Hugo estaba casado con Adela Foucher. No fue un matrimonio feliz. El poeta tuvo amores con otras mujeres y una larga aventura amorosa con la actriz Julieta Drouet, con la que se estuvo escribiendo constantemente, casi a diario. De aquella correspondencia se conservan alrededor de 18.000 cartas. Adela, la mujer del poeta, tuvo también sus amores, al parecer con Sainte-Beuve. Durante su destierro en Guernesey, Víctor Hugo tenía con frecuencia invitados a comer. Se hablaba un día entre ellos de la ridiculez de los maridos cornudos. Y de pronto Víctor Hugo, ante el estupor general , dio un puñetazo en la mesa y gritó:
¡Falso! La grandeza humana es superior a esas ridiculeces. Y tenéis que saber, amigos míos, que los grandes hombres han sido cornudos todos.
Lo fue Napoleón Bonaparte, y lo soy yo.
Fue nombrado académico, desde luego. Pero no tan pronto como él habría deseado. Y antes de su nombramiento había dicho siempre pestes de la Academia y de los académicos. Y uno de los otros académicos, al enterarse del nombramiento de Víctor Hugo, dijo:
?Éste sí que entra en la Academia lo mismo que el que se casa con una mujer después de haberla deshonrado.
V I E R N E S
¿Cuánto tiempo hacía que no veíamos un día como el de ayer? Meses, por supuesto que sí, pero, a lo mejor también años. Húmedo el ambiente, y Torreón mojado todo. Sus calles y sus alturas. De plano estaba bañado de pies a cabeza. Todavía a media mañana estaba como abandonado por los transeúntes, sólo los automóviles se atrevían a rodar sobre sus calles chapoteando con sus ruedas las charcas que la lluvia tan madrugadora había dejado.
Tardada ? debería haber empezado a llover en Mayo - , pero segura, y bien dicen los campesinos: más vale tarde que nunca.
Los jardines públicos, igual que los domésticos se levantaron como si elevaran sus hojas juntándolas en una oblación a Dios agradeciendo los cuando menos quince grados de temperatura que, de golpe y porrazo la abatiera.
No sé si los muchachos de hoy disfruten de estas lluvias como lo hacíamos los de la década de los veinte que al salir de escuelas y colegios los que vivíamos por un mismo rumbo las caminábamos para sentir cómo nos empapábamos poco a poco con ella. Yo, viviendo apenas a tres cuadras de el mío, siempre envidié a quienes vivían mucho más lejos, por no poder empaparme tanto como ellos. ¡Y pensar que de aquellas lluvias a éstas ha pasado una eternidad!
S Á B A DO
El calor apenas si deja recuerdos. Y menos el de cuarenta grados y más. La lluvia sí. No diré que muchos, pero todavía hay quienes recuerden, cómo aquellas lluvias de hace cincuenta años que eran capaces de convertir en arroyo a nuestra avenida Juárez, un arroyo capaz de arrebatar fruta, sandías y melones incluidos, a los puestos de la Alianza para llevarlos hasta nuestro céntrico mercado, si antes algún transeúnte al que ya le diera lo mismo meterse con calzado y todo en aquella agua no los pescara para quedarse con ellos.
Más de una vez lloviendo llegamos a nadar los torreoneses en nuestra inolvidable alberca Esparza, como recuerdo lo hacía aquel don Ernesto, que por entonces, a finales de la década de los veinte estaba al frente de aquel Liverpool de los Volkhausen, que nada tenía que ver con el de México. Su brazada era conocidísima, pues como la daba con las manos medio cerradas su clap, clap, se oía desde cierta distancia.
Y D O M I N G O
A partir de las no ideas de la Revolución Mexicana se ha hecho una invención de las causas del pueblo. Pero ¿qué fue esa revolución?
Una matanza de un millón de personas que no cambió nada: el país cayó en manos de individuos muy impreparados que se asesinaban unos a otros. La clase que dominaba perdió; pero la que entró no era más apta.