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MIRAJES

M I R A J E S

L U N E S

Los frecuentes suicidios que últimamente vienen ocurriendo en nuestra ciudad me han traído a la memoria aquello que contaba Diderot, escritor y filósofo francés, de una de las veces que visitó a Juan Jacobo Rousseau en su retiro de Montmorency, paseando a la orilla de un estanque con el filósofo ginebrino, le dijo éste:

-Más de veinte veces he sentido la tentación de tirarme aquí y acabar con mi vida.

- Diderot le preguntó sin alterarse:

-¿Por qué no lo hizo?

Calló unos momentos Rousseau, tal vez impresionado por la indiferencia de su amigo, y al fin dijo:

-Al meter la mano, siempre encontré el agua demasiado fría.

A los inclinados al suicidio, sus amigos, que algo saben casi siempre de las inclinaciones de ellos, deberían sugerirles que se inclinaran por el agua, y que no dejaran de tocarla antes de tirarse a ella. Algunas vidas se salvarían, porque, además, hasta los que no saben nadar de ?crawl? siempre lo sabrían hacer de perrito. Pegarse un tiro es de lo

peor, y colgarse, de lo que sea, siempre será primitivo.

M A R T E S

El 20 de agosto de 1849 tuvo lugar la batalla de Churubusco que abrió las puertas de México a la invasión norteamericana.

Punto clave para la defensa era el convento que en Churubusco se alzaba, convertido en importante parque, y donde el infausto dictador de México, el general Santa Anna, situó al general Pedro María Anaya, con la consigna de sostenerse allí a todo trance.

Durante cuatro horas, el general Worth, con fuerzas abrumadoramente superiores estuvo tratando de conquistar el convento, sin conseguirlo, hasta que un disparo casual incendió el parque, quedando sus defensas imposibilitadas de repostar las municiones.

Worth no se dio cuenta de lo que había sucedido en el interior del convento, pero sí que la porfiada defensa desfallecía. Creyó que era debida al agotamiento de las fuerzas mexicanas e intimó a estas que se rindiesen, con la condición de entregar el parque intacto, a lo a que respondió Anaya:

-Si todavía conservase el parque, tenga por seguro que usted no estaría aquí.

M I E R C O L E S

Por esta época de fiestas patrias por muchos años los circos no faltaban en nuestra ciudad: El Beas o Modelo, el Fernandi, alguno chico pero con muy buenos trapecistas cuyo nombre se me va, pero, como digo, nunca faltaban. Como se instalaban en la vieja estación, allá por la Alianza, los niños siempre íbamos acompañados por familiares mayores, en mi caso, por mi tío Manuel Hoyos, asturiano casado con una hermana de mi padre. A su manera, él se divertía, incluso con los payasos, tanto como yo, y a lo mejor más.

Hoy los circos se notan, más que nada, por su ausencia. Al parecer a éste, como a tantos otros espectáculos, se los ha acabado la televisión. Al menos mis nietos jamás se han acercado para que les lleve a un circo, cuando alguna carpa por sorpresa ha aparecido. Y creo que a sus padres tampoco, pues, por años no ha sido tema de conversación. El circo y los toros son espectáculos que se van, se van, se van. A las futuras generaciones no les harán falta.

Estos espectáculos están como aquellos juegos de prendas

hogareños, en que nuestros padres se pasaban de primera las visitas de fin de semana con sus amigos más íntimos.

Pero, recordarlos también nos dice que no debiéramos hacerlo porque cada vez quedamos menos que podamos decir que sí, que así eran aquellos

tiempos que, definitivamente, no volverán.

J U E V E S

Aquí estamos, pues, en plenos días patrios. A mí el que me enseñó a gritar ¡Viva México! prendiendo cohetes y toda la cosa fue un español: Manuel Hoyos, tío político mío por estar casado con una hermana de mi padre. Claro que, fuera de aquello, jamás añadí nada en contra de los ?gachupines? como lo hacían mis condiscípulos, pero tampoco sentí que me hiciera falta. Todo a la puerta de mi casa por la Allende: carrilleras a montones, grandes y chicas, ondeante bandera y fervorosos y patrióticos

gritos míos y de otros chiquillos que iban saliendo de sus casas vecinas con el ruido del tronadero.

Y sin embargo, en aquellos años, los veinte, en nuestra ciudad estos días no podían librarse de dejar como resultado de la pasión patriótica algún herido de uno u otro bando o, lo que era peor, algún muerto. Esto que hoy es inconcebible, era entonces lo natural y nadie se sorprendía por ello.

Pasaban las fiestas, pasaban las pasiones, y todos fuimos aprendiendo a amar tanto como a nuestra madre patria a la patria abuela: España. Como lo dijo Juan de Dios Peza:

Nuestra sangre es igual, que nadie oponga a nuestra unión calumnias y rencores.

¡La plegaria inmortal en Covadonga siglos más tarde resonó en Dolores!

Hoy la gloria con bellos arreboles ilumina enlazadas nuestras manos!

¡Honor eterno a México, Españoles! ¡Honor eterno a España, Mexicanos!

V I E R N E S

Como a principio de los años veinte el cine apenas si daba unos cuantos héroes para los estudiantes de tercero o cuarto año de primaria, y éstos casi siempre vaqueros como Art Cord, Tom Mix, William Desmond y otros por el estilo, los alumnos buscábamos en las páginas de nuestro libro de historia algunos protagonistas para proponérnoslos como ejemplos a seguir y con todo desparpajo tomábamos su nombre como propio en nuestro salón. No sé si esto sólo lo hicimos nosotros en aquel tiempo o es algo que, al menos, si no ahora, se hacía entonces normalmente y se hizo por muchos años. A Jesús Nava, por ejemplo, siempre nos fue fácil a todos, y no sé por qué, imaginarlo con un paliacate a la cabeza diciéndonos un día:

?A las tres comeremos en Cuautla.? Jamás nos dijo eso, pero fue capitán del

primer equipo de basket del colegio, y dándoles oportunas órdenes los llevó a varios triunfos en aquel juego cuya popularidad comenzaba.

Arturo Rivas, por lo guapo y distinguido ya desde aquellos años quiso

ser y fue, hasta el sexto año de primaria en el que todos nos desparramamos, un Pablo Galeana indiscutible.

Nuestro patriotismo se manifestaba así cuando andábamos por nuestros primeros diez años.

S A B A D O

Hará cosa de siglo y medio, un poco más, que Balzac, el novelista francés, empezó a sospechar que ganar una fortuna rápidamente es el problema que se proponían resolver en aquel instante miles, y en éste millones de jóvenes, todos en la misma situación económica: la falta de

dinero.

Todos ellos, también, son conscientes de la realidad: que no hay dinero para todos. Así que saben que el combate será, corto o largo, pero definitivamente a muerte.

Balzac lo sabe y lo dice: Triunfarán sólo unos pocos: los que enfrenten la lucha con el resplandor del genio o con la habilidad de la corrupción.

Unos y otros han triunfado entre nosotros: los primeros tras largos años de esfuerzos, otros rápidamente. Por demás está decir, y así lo aclara Balzac, que en esta lucha la honradez no sirve para nada, pero al atrevido acaba por reconocérsele, y como el genio es cosa rara, la corrupción es lo

que priva. Y la corrupción es la mediocridad.

Y D O M I N G O

Cumplid con vuestro deber y seréis dignos; defended vuestro derecho y seréis fuertes, y sacrificaos si fuere necesario, que después la patria se alzará satisfecha sobre su pedestal inconmovible y dejará caer sobre vuestra tumba un puñado de rosas. EMILIANO ZAPATA.

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