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MIRAJES

EMILIO HERRERA

L U N E S

Lo mejor que hicieron por nosotros el día de ayer fue obligarnos a ir a votar. El resto del día todo mundo se envanecía de haberlo hecho, y todavía por la noche en algunos restaurantes los amigos se mostraban unos a otros el dedo gordo entintado, lo que quiere decir, no que no se hubiera lavado las manos desde entonces, sino que no lo había hecho con la eficiencia necesaria como para borrar la prueba que atestiguaba EL haber cumplido con aquella obligación cívica.

Independientemente de cualquier otra cosa José Ángel Pérez Hernández es un hombre de suerte, no tanto porque será nuestro próximo Presidente sino porque lo será nada menos que en el primer centenario de Torreón como ciudad. Presidentes ya lo han sido muchos y lo seguirán siendo, pero ser el primero, o serlo en un centenario añade simbólicamente algo más al título. Tonterías si usted quiere, pero, vamos, tonterías que agregan algo a lo que se llega a ser y que hace diferentes a quienes les toca.

En cuanto a usted y a mí, a nosotros, no está mal que lleguemos a ello, con lo que todavía en un año próximo podremos contar a nuestros nietos más pequeños que fuimos testigos de esta celebración, como lo fuimos, apenas jóvenes, en el año treinta y dos, de los primeros veinticinco años de nuestra ciudad. Son recuerdos que no nos envejecen, al contrario, nos hacen recobrar nuestros años juveniles.

M A R T E S

Federico el Grande, rey de Prusia, fue el más famoso y el más jactancioso de los déspotas ilustrados. Tenía por costumbre decir: ?Yo soy el primer servidor de mi pueblo?; pero, como hacen otros servidores, se negaba a recibir órdenes de su amo.

De joven Federico tenía un temperamento artístico y tierno. Intentó escapar a la severidad de su padre, pero fue capturado y se le obligó a presenciar la decapitación de su compañero; y poco faltó para que él también fuese ejecutado. Al subir al trono en 1740 reclamó Silesia y atacó a Austria. ?La ambición y el deseo de que se hablase de mí; éstos fueron mis motivos?. Hizo la guerra con intermitencias hasta 1763, en ocasiones contra una coalición de potencias; y terminó apoderándose de Silesia.

Se le considera el mejor general de su época, y sabía hacer maniobrar a sus tropas con una rapidez nunca igualada. Pero otros aprendieron el truco, y en su última guerra ? la Guerra de las Patatas, en 1778 ? no se perdió ni una vida por ninguna de las dos partes contendientes. Napoleón dijo de las campañas de Federico, en las cuales no cambiaban de mano más que algunas casas de campo : ?Sólo a una ambición pequeña puedes satisfacer tales victorias?. También opinaba así Federico y, ya más entrado en años, prefería los métodos diplomáticos. Éstos le valieron una buena rebanada de Polonia en 1772.

Gobernó Prusia siguiendo los principios más avanzados. Abolió la tortura, revisó las normas comerciales y mejoró el estado de las carreteras y los puertos. Empobreció a su pueblo a fuerza de guerras y no hizo nada por su progreso político.

M I É R C O L E S

Uno de los males de la vejez es el olvido. Olvidar, lo que sea, es una de las cosas peores que le puedan suceder al hombre. Una vez al mes en este día me reúno con un grupo de amigos, Don Joaquín a mi izquierda, Homero a mi derecha; enfrente el Ing. García y su hijo Alfredo; Leonel y el suyo. . . A todos los escucho cada vez menos, es cierto, pues la edad no sólo va disminuyendo mi vista, también mi oído, pero, bueno, ¿quién me quita lo que entre todos me han dado de su sabiduría en estos últimos diez y ocho años que llevamos reuniéndonos para acabar con lo que de la cocina del comedor del Parque España sale en tales fechas? De cada uno, una palabra suelta aquí, otra allá, todos me han enriquecido.

Yo no sé si nuestro Creador hace sus tres comidas diarias, o al menos ésta, la principal, la del mediodía, pero, si no la hiciera, no sabe lo que se pierde. (Aunque, estoy seguro que, en este momento don Joaquín, tan inclinado a la duda dirá: ?a veces, a veces, sólo a veces?.

José Fuentes Mares, a quien estoy seguro que todos conocen, dice que no hay necesidad de saber con quién andas para saber quién eres, que basta con saber qué comes y lo que bebes. Por esto en este grupo de amigos que Homero viene reuniendo desde hace diez y ocho años cada uno de los asistentes sabe quién es quién sin la menor duda.

Por primera vez llegué tarde, cuando acababan todos de sentarse a la mesa, pero no me perdí esta reunión en la que Homero habló de México y su historia.

J U E V E S

Alfonso Daudet, el poeta francés autor de Tartarín de Tarascón sostenía la doctrina retórica de la no existencia de sinónimos. Decía que nunca dos palabras sustituyen exactamente la una a la otra, con significado igual. Le preguntaban la diferencia entre vanidad y orgullo. Y decía: Totalmente distintos. La vanidad es un vestido; el orgullo es un estado de alma.

Se hablaba un día del misticismo de Tolstoi en los últimos años de su vida. Daudet dijo:

No creo que éste sea un buen ejemplo para nadie, sino más bien lo contrario.

Y explicó su idea así:

Tolstoi presta oído a la llamada espiritual a los setenta años, después de una vida dedicada a todos los goces y a muchas perversiones, disfrutada al estilo, sin trabas, de un gran señor ruso. Y, llegado a la vejez, cuando se ha visto obligado a renunciar a todo, empieza a predicar el renunciamiento de los otros. Esto no deja de ser un mal ejemplo.

Una de las definiciones retóricas de Daudet, que se sigue repitiendo, es la que se refiere a los adjetivos. Decía que el adjetivo ha de ser la amante del sustantivo, no la mujer legítima. Las uniones entre esos dos tipos de palabras han de ser siempre pasajeras. Esta fugacidad es la que distingue a los buenos escritores de los adocenados.

V I E R N E S

Cuentan que, Lincoln hizo del humorismo un baluarte contra los duros y cruentos desastres de la guerra civil norteamericana. Muchas veces se le veía a medianoche ? alto, flaco, desgarbado, con su holgada camisa de dormir ? recorriendo la Casa Blanca en busca de alguien que estuviese aún despierto para contarle un cuento gracioso que acababa de leer. Dicen que ?el relincho de un caballo salvaje en su nativa pradera no era más espontáneo que la risa de Lincoln?.

El 22 de septiembre de 1862 se convocó con urgencia al Gabinete en la Casa Blanca con el fin de celebrar una sesión especial. El Presidente estaba ocupado en leer un libro y apenas se dio cuenta de que yo entré ? describió más tarde el Ministro de Guerra Stanton -; al fin se volvió a nosotros y dijo: Caballeros, ¿han leído ustedes algo de Artemus Ward??. Permítanme leerles un capítulo muy gracioso -. Dicho esto, el Presidente leyó en alta voz un artículillo burlón, hoy olvidado.

Stanton no pudo disimular su cólera, y se preparaba a retirarse. Pero Lincoln seguía leyendo deliberadamente. Al terminar se echó a reír de buena gana y dijo:

Caballeros, ¿por qué no se ríen ustedes? Dada la tensión nerviosa a que estoy sometido día y noche si no tuviera de qué reír me moriría. Y ustedes necesitan de esta medicina tanto como yo.

Enseguida alargó la mano a su sombrero de copa, que había dejado a la mesa, frente a él, y sacó un documento al cual dio lectura. Era la Proclama de Emancipación. Stanton estaba anonadado. Se levantó de su puesto y fue a estrecharle la mano a Lincoln.

Señor Presidente ? le dijo verdaderamente conmovido ? si leer a Artemus Ward es preludio de actos como éste, deberíamos guardar el libro en los archivos nacionales y canonizar a su autor.

S Á B A D O

El escritor y filósofo francés Bernard le Bovier de Fontanelle, que murió en París a los cien años, tuvo una amante de la que estuvo muy enamorado. Ella, después de un tiempo, dejó de serle fiel y se entregó a otro. Fontanelle lo supo, y a pesar de su filosofía corrió a visitar a la mujer y a reprocharle su conducta. Y ella le dijo:

Querido Fontanelle, sois lo suficiente buen filósofo para comprender que si me uní a vos fue por el placer que me dabais. Si ahora he encontrado a otro que me da más placer, ¿no os parece natural que me vaya con él?

Fontanelle ya más tranquiluzado, preguntó:

Y tenerme engañado, ¿os daba también placer?

Pues, sí, aunque fuese un placer distinto.

¿Y tener engañado a vuestro actual amante no os daría placer?

No os lo puedo decir, porque no lo he probado.

¿Y no os atrae lo suficiente la aventura de la vida para intentar probarlo?

La mujer le dijo que sí, Fontanelle se ofreció para que ella hiciera la prueba con él; ella lo hizo, le gustó y desde entonces traicionó con Fontanelle a su nuevo amante.

Y D O M I N GO

La monstruosidad del poder absoluto es capacitar a un hombre para vengarse de sus propios sufrimientos a costa del sufrimiento de millones.

Los poderosos deberían ser felices, aunque si lo fueran - no buscarían el poder. JOSÉ EMILIO PACHECO

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