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MIRAJES

EMILIO HERRERA

L U N E S

Decía Nietzche que ?Quien tiene un ?por qué? para vivir, encontrará casi siempre el cómo?.

La mayor parte de los ?por qué? se tropiezan en la juventud. Será porque es la edad en que para caminar se mira hacia la tierra, y en ella están todos. Ya tropezados, sólo queda realizarlos o, al menos, intentarlo.

En nuestra ciudad, el Club de Leones de Torreón, A. C. reúne a varias decenas de hombres que, en diferentes épocas han coincidido en su ?por qué? y a través de su Club trabajan para hacerlo factible. Allí están ?La Casa del Anciano del Club de Leones? y ?La Clínica del Club de Leones? que marcan años de esfuerzos en su pasado.

Y es que quien tiene un ?por qué? para vivir puede soportar cualquier cómo. Tan breves palabras son un motor válido para lograr todo deseo que se persiga con idealidad.

Estoy seguro que el primer centenario de Torreón, que habrá de conmemorarse en el 2007 inspirará a los miembros del Club de Leones de Torreón, A. C., para dejar constancia de su existencia y de su cariño a nuestra ciudad, como la dejaron sus iniciadores desde entonces hasta ahora y lo que sigue. No es pronto ni tarde para empezar a trabajar por ello, se está en el momento justo.

M A R T E S

La marquesa de Pompadour, de la que ya no se habla, en mis tiempos juveniles se hablaba mucho. Había nacido en 1721 y murió en 1764. En realidad se llamaba Juana Antonieta Poisson. Se había casado a los veinte años con el caballero Lenormand d?Etioles . A los veinticuatro años era la favorita de Luis XV y marquesa de Pompadour. Tuvo el talento y el tacto suficientes para no caer en desgracia del rey durante veinte años. Una verdadera proeza, dada la volubilidad sentimental de Luis XV.

Al principio de su decadencia como amada del rey tuvo que luchar contra otras presuntas favoritas. Si le parecían peligrosas, intentaba alejarlas. Si le parecían inofensivas, les favorecía sus contactos con el rey.

Entendía por peligrosas las que parecía podían durar, y por inofensivas las que se veía que no.

Una costurerita muy guapa y desenvuelta consiguió los favores del rey. La Pompadour la vio muy peligrosa y la aconsejó misteriosamente:

- Al rey le gusta que sus amiguitas presuman de su papel aquí.

La costurerita siguió el consejo, presumió de su encumbramiento delante de algunos personaje de la corte, y fue rápidamente eliminada.

Cuando la Pompadour lo supo preguntó al rey:

- ¿Te divierte esta graciosa chiquilla?

- Es una insolente ? dijo el rey ? y la han despedido.

- Pues parecía todo lo contrario. Me equivoqué con ella.

- Y así la Pompadour recogía las migajas de su ya casi extinguido poderío en la corte.

M I É R C O L E S

En cuanto a Popea, la mujer disoluta que fue esposa de Nerón, murió en el año 65 de nuestra era. No se sabe exactamente la edad que tenía al morir. Se casó primero con un tal Crispuno y después con un noble romano llamado Otón, cortesano del emperador. Nerón había oído hablar de la belleza de Popea y le dijo a Otón:

- No conozco a tu mujer. ¿Por qué no la presentas en palacio?

Nerón prendado de Popea mandó al marido de gobernador a una lejana provincia y con el nombra-miento le dio una orden: que dejara a su mujer en Roma. Otón obedeció y Nerón mandó a un emisario detrás del viajero con orden de matarle en la primera ocasión, que no tardó en presentarse.

Y Popea tuvo residencia oficial en Roma, como favorita del emperador.

Tenía fama Popea de ser la mujer más bella de su época. Y la mitad de su tiempo lo dedicaba a embellecerse, y la otra mitad a ejercer de ?mujer más bella del imperio?. Según la anécdota, para conservar intacta su belleza, se bañaba todos los días en leche de burra. En uno de los anexos del recinto imperial, se habilitó un establo para cuatrocientas burras, y los esclavos ordeñaban todos lo días a tantas como era necesario para llenar el baño de la emperatriz.

Se decía que después de este baño diario, sus esclavas le secaban el cuerpo con plumas de cisne, y se lo frotaban con suaves pieles de armiño.

Pero, Nerón era Nerón y un día le dio un puntapié en el estómago del que Popea murió pocos días después.

J U E V E S

De George Bernard Shaw dicen que decía que lo más importante para vivir muchos años es tener el corazón sano. Contaba el caso de una niña nacida con el corazón en mal estado y de la que los médicos dijeron que no viviría más allá de dos o tres meses. Decían que el corazón no le aguantaría más. Estuvo a punto de morir tres meses después; no murió, y los médicos le pronosticaron que no pasaría de dos o tres años.

Estuvo a punto de morir, siempre por culpa del corazón, a los tres años; no murió y los médicos le pronosticaron que no pasaría de los veinte.

Llegó a los veintiún años, casada y con un hijo nacido después de un parto difícil, en el que la madre, por fallos del corazón, estuvo a la muerte.

Sobrevivió y como consecuencia del quinto hijo, estuvo otra vez a la muerte por fallos del corazón. A los sesenta años era una viejecita ya con catorce nietos de los que pudo despedirse de todos a la vez en una ocasión en que, por un fallo del corazón, estuvo de nuevo al borde de la muerte. No murió entonces. Pero, al fin, después de otros fallos, el corazón le falló definitivamente y murió, tal como le habían pronosticado siempre los médicos, de un fallo cardíaco. Tenía, al morir, noventa y siete años, y había sobrevivido a dos generaciones de médicos cardiólogos.

Fuera de esto, a Shaw lo que le preocupó mucho un día que leyó que la tierra puede desaparecer, fue dónde aterrizarían los aviones que estén en vuelo en el momento de la desaparición.

V I E R N E S

Lola Montes fue una bailarina que se ganó la vida bailando bailes españoles siendo escocesa. Su padre se llamaba William Gilbert y su madre Margaret Plivier. Pero Lola era una mujer muy atractiva, seductora en extremo y de muy bella figura. Durante algunos años fue la favorita de Luis I, rey de Baviera.

Cuando actuaba en Berlín asistía a las grandes maniobras organizadas por Federico Guillermo IV en honor al zar. Asustado por las salvas de artillería, el caballo de Lola lse encabritó y se lanzó contra el estrado real.

Un gendarme detuvo al caballo y lo golpeó. Lola, enfurecida cruzó de un latigazo el rostro del gendarme, y huyó a galope. Al día siguiente, la policía se presentó en su casa a hacerle pagar una multa por lo ocurrido.

Ella rompió el papel y arrojó a los agentes los trozos a la cara.

Este hecho se comentó después en París. Y se cuenta que Alejandro Dumas decía:

- Esa Lola Montes merece que, en adelante, le llamen ?la mujer del latigazo?. Se ha conducido como un auténtico mosquetero.

Y se dice que Teófilo Gautier añadió:

- ¡Es la sangre española!

Una sangre española de mentirijillas, si todo es verdad.

S Á B A D O

En cuanto a la famosa cantante Adelina Patti era madrileña, pero de familia italiana. Fue una niña prodigio y, a los seis años, ya cantaba en público subida a una mesa. Tenía una memoria musical prodigiosa y se sabía todas las óperas que había cantado alguna vez. Tuvo tres maridos: el marqués de Caux, del que se divorció; el tenor Nicolini, del que enviudó, y el barón de Felderbrunn, aristócrata sueco sin fortuna.

Fue siempre muy caprichosa y la primera vez, muy niña aún, que cantó en un teatro en los Estados Unidos, se negó a salir si no le compraban una muñeca que había visto en un escaparate. Se la compraron y salió a cantar con la muñeca en brazos.

Los padres de la Patti habían estado en muy buena posición. Ya arruinados vendieron una a una todas las joyas. Y un día el padre enseñó a su hija un imperdible de oro.

- Es la última joya de algún valor que nos queda y voy a venderla.

La niña se opuso, pues el imperdible le gustaba mucho. Y se ofreció para cantar en público y empezar ella a ganar dinero. Muchos años después lucía con frecuencia aquel mismo imperdible, de mucho más valor entonces, pues tenía muchos brillantes engarzados. La Patti lo enseñaba, contaba cómo lo había salvado y decía:

- Todos los años le hago añadir un brillante, y así recuerdo los años que me separan de aquellos tiempos de pobreza.

Y D O M I N G O

Hay mujeres que no saben cocinar, sin embargo, tienen fritos a sus maridos. MARCO ANTONIO ALMAZÁN

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