L U N E S
¿Cómo es que uno se mira a sí mismo? Todavía no lo sé; pero yo tengo ese primer recuerdo de ver a un niño de dos o tres años vestido con un trajecillo de pantalón corto color azul, no marino, tampoco cielo, algo entre ambos, camisilla blanca, parado entre sol y sombra del patio de ?la casa grande? del rancho Arcinas, frente a la puerta de la cocina, por la que había que pasar para llegar al corral donde estaban las mulas, las yeguas y los caballos.
Adosadas a la pared en que el edificio terminaba por ese lado, dos bancas, una a cada lado de la puerta de salida , permitían descansar allí a los que llegaban después de cumplir con su labor, o a los vendedores de todas las cosas habidas y por haber que iban de Gómez Palacio y Torreón mientras les preguntaban a las residentes si sentían curiosidad de ver lo que llevaban, que si la sentían el negocio estaba hecho.
Fue allá y desde entonces donde aprendí a dormir la siesta, costumbre que abandoné después por muchos años al empezar mis estudios primarios y luego a trabajar, todo eso ya aquí, en Torreón, pero que volví a adoptar hace un cuarto de siglo y sólo pienso cambiar por la siesta interminable.
Las tardes eran de brisca y de conquián, particularmente se entretenían en ello las mujeres y los niños que de esta manera soportaban mejor los largos atardeceres, pues, por entonces de la radio y la televisión no habían aparecido ni sus luces.
Hace unos meses el Lic. Serna me hizo el favor de pasearme hasta por allá, pero de todo esto, nada. Hoy aquello es otra cosa, y lo recordado ya sólo existe en mi memoria.
M A R T E S
Hace bien José Ángel Pérez, alcalde electo de Torreón, al oponerse a la codicia de nuestros diputados, regidores, funcionarios públicos, en fin, que cuando vienen de entrada se hacen los desprendidos pero que cuando llegan a estas alturas en cuanto a su próxima salida ya no sólo no se conforman con la paga, que no es mala, sino que, igual que sus antecesores, para hacerlo exigen su bono de marcha, es decir, que les paguen cierta cantidad para dejar su puesto. ¡Hágame usted el favor!
Independientemente de que, hayan hecho de bueno lo que hayan hecho, esa era su obligación, los habrá, seguramente, que si se les preguntara por lo que de bueno han hecho por Torreón, tendrían que tragar saliva al no encontrar nada para comprobar el desquite de su sueldo.
Lamentablemente esto pasa una y otra vez cada que termina un Ayuntamiento, cuya duración por cierto, a partir del próximo será de cuatro años, en lugar de tres. Ojalá y sus componentes se den cuenta de la codicia e inmoralidad de estos actuales servidores públicos y tomen sus precauciones para no dar en su momento el mismo espectáculo de avidez que quienes están terminando nos vienen dando, igual que lo hicieron quienes les precedieron y quienes fueron antes que ellos, pues esto no es de ahora sino, al parecer, de siempre, y es que, el que trabaja en todo caso se cree mal pagado, y ya es bueno que tal vergüenza termine para el pagador.
M I É R C O L E S
Cuentan de Rudyard Kipling, el autor de ?El libro de la selva? que aprovechaba todas las ocasiones que se le ofrecían para contar cuentos a los niños. En ocasión de pasar unos días invitado en la casa de campo de un amigo coincidió con una niña, sobrina de su amigo. Y la primera tarde la llevó a dar un paseo.
A la vuelta, el amigo de Kipling preguntó a la niña:
¿Cómo te ha ido? Supongo que has hecho todo lo posible para no aburrir al señor Kipling.
Sí, tío. Y el señor Kipling ha hecho todo lo posible para aburrirme a mí.
Confesaba después Kipling que aquellas palabras de la niña le hicieron pensar mucho.
Kipling, como otros ingleses que han sobresalido, recibió de su gobierno el título de Lord. No le gustaban estas distinciones a Kipling, pidió audiencia al ministro, fue recibido y le dijo:
Señor ministro, yo tengo influencia suficiente para conseguir que le nombren obispo. Y le he venido a decir que lo conseguiré y recibiréis el nombramiento.
No, no, por Dios; yo no quiero ser obispo.
Ni yo quiero ser Lord y, sin consultarme, me ha mandado el nombramiento. Yo al menos he venido a anunciar el suyo, Ésta fue la manera original de renunciar al título que su Gobierno le concedía.
J U E V E S
¿Qué les pasa a aquéllos que viven ?muchos años?, según dicen los que les conocen?
Francois María Arouet, más conocido como Voltaire, que murió a los 84 años y casi siempre enfermizo acostumbraba decir:
Las enfermedades las tengo todas. Y mientras discuten cuál acabará conmigo , los años van pasando.
Una vez uno de sus criados que no sabía escribir, le pidió que le escribiera una carta a la novia ausente. Voltaire le complació. Y terminada la carta, la leyó en voz alta. Y el criado le dijo:
No está mal. Pero añada esto: ?Y te ruego que me perdones el estilo?.
Pero no es culpa mía. Esta carta me la ha escrito otro.
En tiempos de Voltaire, como en todos los tiempos, los escritores no se trataban con demasiada consideración. Parece ser que Voltaire, gran maestro de la ironía, la esgrimía fácilmente contra los hombres de letras contemporáneos suyos. Se dice que por Rousseau nunca sintió admiración sino todo lo contrario. Cuéntase que en cierta ocasión, Rousseau leyó la oda suya A la posteridad. Voltaire asistió a la lectura y se limitó a hacer este único comentario: ?Mucho me temo que esta oda no llegue a su destino?.
V I E R N E S
Personas que viven muchos años las hay en todas partes. Nuestros vecinos tienen sus centenarios. Pero allí, donde no desperdician nada para hacer festejos, de vez en cuando se celebran fiestas de centenarios a las que se invita a cuantos pueden encontrar que hayan cumplido sus cien años. Y la costumbre es preguntarles a todos a qué atribuyen su bien llevada longevidad. Se toma nota de todo, se mandan las notas a las computadoras, y se cree que de este trabajo saldrá una estadística que permitirá a todos los ciudadanos vivir unos años más, de lo que en realidad no sacarán ningún provecho para el bien común, pero en fin . . .
En una de esas fiestas de centenarios, el investigador repetía a los festejados la misma pregunta:
¿A que atribuye usted su bien llevada longevidad?
Sólo hubo una coincidencia en casi todas las contestaciones: que todos ellos habían tenido una vida matrimonial feliz y tranquila. Pero la contestación más curiosa fue la de un centenario soltero, sin vida matrimonial anterior ninguna. Se llamaba Jim Taylor, y dijo claramente:
Debo mi longevidad a que la policía no ha sido capaz nunca de encontrar al asesino de un tal Tom Brown, que fue muerto a tiros en Chicago el 4 de Marzo de 1908. Un crimen del que se había hablado mucho y que algunos de los presentes recordaban.
S Á B A D O
En nuestro país son muchísimas las obras que dejan de hacerse de Sonora a Yucatán, pasando por Torreón, por falta de dinero. Para dejar de hacerlas es la disculpa siempre declarada en todas partes: ?No hay dinero.
Sin embargo: ¡Vaya si lo hay! Y si no, nomás pregunten a Juan Pablo Montiel Yánez, hijo de uno de nuestros candidatos presidenciales de la república, o pregunten a Carlos Slim, inversionista de por sí. Ellos sí que saben por dónde anda nuestra lana, o saben cómo se logra reunirla.
Yo creo que a gente como ésta debería ocuparse más eficazmente.
Gente que sabe cosas tan importantes como lo es la de hacer lana en un país donde nuestros políticos mientras ejercen en todo momento dicen no tenerla, y en cuanto salen empiezan a mostrar cosas que no tenían, deberían recorrer el país dando conferencias de cómo es que se logra una situación así. Todos tendrían algo que enseñar, y la mayoría de ellos audacia, buenos o malos, pero audaces, porque a ellos, según Ovidio, los ayuda el mismo Dios.
Y D O M I N G O
Todos, sin excepción, estamos destinados a trabajar. Lo mismo el niño, desde el momento que empieza su preparación para la lucha por la vida, que el anciano que está en vísperas de rendir la jornada, y todavía presta a la colectividad el servicio de su consejo como producto de su experiencia. SALVADOR ALVARADO