L U N E S
Lo bueno de los que nacimos en mi generación, allá por la década de los diez del siglo anterior fue que conocimos el oro, porque, vamos a ver, querido lector, estoy seguro que tú ni siquiera lo conoces amonedado, acaso en joyas y para tú de contar.
No te digo que el oro corría por todas partes, y menos que se barría con escoba, mentira que se contaban los europeos a sí mismos, pero sí que sonaba a diario en los mostradores de cualquiera tienda de abarrotes de la esquina sin que nadie se asombrara de ello.
Entre los tres y cinco años yo llegué a tener una alcancía ? un tomate rojo de barro, con su ranura correspondiente, colgado a la pared, en la que los amigos (¿) de mi tío Manuel descubrieron que si como no queriendo la cosa le echaban una monedilla de oro de dos pesos para arriba si él los miraba les redituaba, y así hasta que Andrea, una sirvienta de mi tía también se dio cuenta y entonces ambas, la alcancía y Andrea, desaparecieron.
Desde entonces dejé de creer en el oro, no porque tuviera la menor idea de lo que había perdido sino por haber perdido la ranura en la que todos echaban algo. No he vuelto a encontrar otra igual, porque en las que le suplieron el que ha tenido que echar algo he sido yo, y no es lo mismo.
Y en cuanto al oro, lo único que ahora sé es que ya no suena en los mostradores de las esquinas. y está diantre para que vuelva a sonar, en primer lugar porque en las esquinas ya ni mostradores hay.
M A R T E S
Allá por los años veinte uno, como estudiante, aprendía que no todos los negocios eran iguales, que algunos (?El Modelo?, ?Casa Ezquerra?) olían, y olían bien, un olor combinado entre madera y tabaco que hasta pedía ?darle el golpe? sin saber uno lo que eso era.
En esos negocios comprábamos las cajas de puro porque en su madera, que era muy suave y olorosa, calábamos diversas figuras que copiábamos o imaginábamos y al terminarlas solían ser calificadas por nuestros profesores o maestras como una mamarrachada o como nuestro primer contacto con el arte.
Las otras dos tiendas con las que los escolares tenían contacto un poco después era la ?Casa Lack? y ?La Suiza?, por aquello de la compra de arcos y sierras para calar aquella madera.
Eso de las ?mascotas? que hoy se ha puesto de moda todavía no se imaginaba, no obstante, Néstor empezó a llevar en la bolsa una viborilla con la que a todos nos metía miedo y que dejaba antes de entrar en el pasto de la orilla de la banqueta y recogía al salir, hasta que un día no la encontró más y su desaparición fue un misterio.
Todavía por la década de los veinte los días patrios que acaban de pasar, los de la Independencia y los de la Raza eran peligrosos pues, particularmente quienes salían por la noche a celebrarlos podían regresar con un ojo morado o algo peor por la sangre. Viva o Muera eran palabras peligrosas en aquellos días. Afortunadamente el tiempo pasa, y ha pasado.
M I É R C O L E S
De los nuevos ricos se cuentan algunas anécdotas. Y si es para hacerles quedar mal, se ha de decir, en compensación, que ellos tienen dos cosas muy buenas: que son ricos y que son nuevos.
El nuevo rico iba siempre muy bien vestido. Y uno de sus amigos le advirtió que su chaqueta, en el lado superior izquierdo, le abultaba más que al otro lado. Y el nuevo rico explicó:
Sí, pero no es el vestido. Es la cartera. Me gusta llevar un poco de dinero encima.
El nuevo rico tenía un hijo. Le visitó un vendedor de libros y le empezó a ofrecer:
Su hijo ya está en edad de necesitar documentación, y de tener dónde encontrarla. ¿Por qué no le compra usted una enciclopedia?
Y el nuevo rico, que aquel día ya había gastado el cupo que el mismo se imponía, supo rechazar la oferta y demostrar a la vez que en palabras raras estaba bastante al día. Dijo:
No, no: todavía no. Prefiero que vaya a pie.
Otro se reunió con dos amigos en un café. Llegó en un coche enorme, de ésos que sólo hay uno o dos en ciudades importantes. Sus amigos no supieron disimular su sorpresa:
¡Vaya coche! ¿De dónde lo has sacado?
Pues no sé. Lo he encontrado esta mañana en el garaje.
J U E V E S
Como todos los miércoles, ayer Octavio pasó por mí a las once para invitarme a tomar un café donde mejor lo hacen, y donde a veces me cuenta sobre ese joven (29 años) himalayo que a esa edad abandonó a los suyos para ir al encuentro de los desconocidos sin que pudieran detenerle ni sus padres, ni su esposa, ni su hijo de unos cuantos días de nacido, pues desde que lo vio sintió que si se quedaba, se quedaría para siempre, y lo que menos quería Buda, que así se llama el joven del que Octavio me cuenta a veces, era amarrarse a nada.
Pero, otras veces Octavio me cuenta de las cacerías de sus amigos a quienes acompaña con mucha frecuencia y a las que lleva sus mejores armas para no desentonar con ellos, aunque, según me dice él tiene mucho respeto por los animales como para tirar a darles. Eso no, ni Dios lo quiera.
Gustarle, gustarle, a él lo que le gusta es la naturaleza y para disfrutarla no hay sierra que se le escape, a las que sube y baja lo mismo a pie que en motos de dos o cuatro ruedas. Eso y el golf, que es otra de sus pasiones, es lo que le mantiene como le tienen, es decir, saludable y lleno de vida. En su momento, la pesca sí, y es cuando reparte entre sus amigos peces como si fueran barajas. Es decir, que vive la vida en todos sus aspectos sin que ninguno se le escape ni en la parte física ni en la parte espiritual. De lo único que está preso es del teléfono, que le llama a su bolsillo cuando va en lo más sabroso de sus aventuras.
V I E R N E S
Después de lo de ayer no podía sino venírseme a la mente Daniel Defoe, quien a los sesenta años escribió su primera y más grande novela, La Vida de Robinson Crusoe, que es uno de los más bellos ejemplos de la fantasía hecha realidad y todos hemos leído alguna vez, o ya de perdido visto en el cine.
Uno de sus secretos es su estilo franco, llano, que incluso cuando no es gramatical, tiene todas las trazas de una conversación. Otro es su don de acumular detalles: tenía el ojo del ama de casa y del tendero para observar lo que la gente llevaba y comía y, especialmente, para el coste de las cosas. La vivacidad notable de que hacía gala en esta clase de cuestiones puede apreciarse en un incidente de la vida del coronel Jack, el bergante y héroe que se casó tantas veces. Observando en una posada una viuda deseable, en unos momentos en que él era soltero, el coronel decide aliviar su tristeza agasajándola ?bien, pero sin exageración?. Mandó servir lo que la casa buenamente podía, es decir, un par de perdices y un excelente plato de ostras estofadas; luego les subieron una lengua de vaca y un jamón que estaba más que mediado, pero no comimos de él porque con lo demás había sobradamente para nosotros dos; y la sirvienta cenó de las ostras que dejamos, que no fueron pocas?.
En su juventud fue calcetero y tendero ? de allí su conocimiento de los personajes cuando se trata de negocios - , aunque con el tiempo se declaró en quiebra. Fue entonces cuando empezó a escribir.
S Á B A D O
Eca de Queiros abrió su bufete de abogado en la plaza del Rocío, número 26, piso cuarto; pero aquel bufete modesto de un novel abogado al que nadie conocía no tuvo apenas clientes.
Al fin cayó en sus manos una causa sensacional: el crimen de un marinero que mató a su mujer. Eca dejó volar su imaginación de novelista: una tragedia de celos, un estado de espíritu que él pintaría ante el tribunal para sacar libre a su defendido. Pero el criminal se obstinó en negar su crimen en la vista e hizo imposible que el abogado luciera su elocuencia.
Eca, al ver deshechos todos sus argumentos, no pudo contenerse y exclamó:
¡Bruto! ¡Ha estropeado mi defensa!
Y como era impresionable, no quiso volver a vestir la toga y dejó definitivamente la carrera.
Y D O M I N G O
Físicamente, el hombre es un organismo admirable, pero tan delicado que a todas horas está expuesto a la muerte que en algún modo arrojará su cuerpo a la disolución invencible, pero al propio tiempo es un ser que en medio y en el colmo de su fragilidad puede tener la visión divina que lo transfigure y en algún sentido lo divinice. EZQUIEL A. CHAVEZ