L U N E S
Hay una época en nuestras vidas en la que abrimos los diarios y todo son noviazgos y matrimonios y nacimientos, y otra en la que todo es esto: muerte de amigos y conocidos a los que la muerte les da más importancia, y es cuando todos soltamos aquello de: Pero, ¡cómo, si apenas ayer le vi en ésta o aquella parte! Como si haberlos visto tuviera que salvarlos de su destino fatal.
Y es que, no es porque alguien nos vea, y ni siquiera por los años que cumplimos, por los que tenemos que dejar de respirar sino por los caprichos de nuestro Creador, que así como tuvo que tener el de traernos a este mundo tiene que tener el de llevarnos no sé a dónde, pero, a donde sea, antes debe prepararnos ese sitio donde no nos hagamos bolas, ni se las hagamos a Él, como las hacen aquellos trabajadores que cuando terminan lo que les han dicho que hagan, ahí están avisándolo y preguntando que ya acabaron y que qué otra cosa hacen, situación de lo más aburrida y tremebunda que hay.
Supongo que somos cuestión de azar. En sus manos seremos unos dados que, junto con otros que caben en sus manos y que a diario a las tales o cuales horas somos aventados y, bueno, a unos les toca caer de tal forma a otros no, pero, tarde o temprano, nadie tiene escape. Así que, ¿para qué impacientarse nadie?
M A R T E S
Pericles, el célebre y elocuente hombre de Estado de la antigua Atenas (496-429 a. de C.) cuyo nombre pasó a ser el de su siglo, negóse a presentar un falso juramento que cierto amigo le solicitaba en provecho propio.
?Soy tu amigo, pero hasta el altar?, parece ser que respondió Pericles a las quejas de su amigo, aludiendo a la costumbre de la época, de prestar juramento poniendo la mano sobre el ara. Quedó esta sobria respuesta como expresión proverbial en los casos que la amistad pretende conseguir más de lo lícito, y tuvo cabal aplicación, siglos después , por el rey Francisco I de Francia.
Solicitóle Enrique VIII de Inglaterra que rompiese con la Iglesia Romana conforme él había hecho (1534) y Francisco le respondió con las palabras del ateniense famoso, que vinieron a resultar en éste más justas y expresivas por las circunstancias que había creado la obstinación de Enrique VIII al pretender de Roma lo que era contrario a toda moral y derecho.
Rutilio, el tribuno plebeyo romano que fue cuatro veces cónsul, y el primer plebeyo que fue dictador, decía a un magistrado que le negaba su apoyo en una pretensión:
¿De qué me sirve tu amistad?
Y a mí de qué la tuya ? contestó el otro ? si he de conservarla en daño de la justicia?
M I É R C O L E S
Último miércoles de mes, comida amical que Homero ordena, dispone y cuida desde hace 17 ó 18 años en el Parque España para que antiguos conocidos puedan reunirse y disfrutarse mutuamente. Ante la expectativa de tales yantares mensuales y de alguna buena botella añadida para acompañarlos, como decía Fuentes Mares, ?hay que aguzar la vista, el gusto y el olfato, los tres instrumentos del placer gastronómico?.
?La cultura del vino, - dejó dicho el mismo F. M., es tan vieja como la humanidad ? o casi - , pues ya en el Génesis (IX, 20 y 21) se dice que Noé principió a ser hombre de campo a raíz del Diluvio; ?que plantó la vid, bebió el vino y se embriagó?. El inesperado desenlace se presta a varias consideraciones, una de ellas que el ?premier cru? postdiluviano fuera un caldo más bronco que el Cariñena porque Noé carecía de dotes para vitivinicultor, o porque las tierras aledañas al monte Ararat resultaron inadecuadas para el viñedo por las muchas sales que afloró la terrible inundación, y otra que Noé bebió el vino demasiado tierno, sin añejarlo en barricas de roble americano. Todavía podríamos echar mano de una tercera explicación: la de que si Noé se embriagó con su propio vino fue porque era imbécil de nacimiento?.
En la mesa mensual de Homero nadie corre ese riesgo porque aquéllos que no deben arriesgarse con el vino pueden substituirlo con una helada cerveza, y así lo hacen, o con una dulce ?coca?, que para todos hay como no arrebaten, hecho que hasta ahora no ha sucedido jamás.
J U E V E S
Lo bueno del pasado es que todo mundo puede cambiarlo si se tiene la suficiente audacia para negar lo que fue. Y no faltan quienes la tengan. En ese caso los más sorprendidos del pasado son quienes cuentan el suyo, que lo van desconociendo según lo sueltan.
Cuando se cuenta el pasado, que puede ser el suyo, o el de éste o aquel conocido, lo que más sorprende es que nada es igual a como suponían que había sido. Y menos mejor que el presente, sobre todo cuando te das cuenta que éste lo estás viviendo, y aquél no es ya sino palabras.
La magia del pasado es que ya no te puede hacer daño, y que si te lo llegó a hacer, ya lo captaste. El pasado apenas si es nada que no seas tú mismo: una hermosa mañana, un sitio agradable, un rostro, todo ello inolvidable.
El pasado es algo que, definitivamente, no puede volver a ser; que puedes recordar de mil maneras, pero que no puede volver a ser como fue.
Su único encanto es ése: alcanzar la diversidad, según vas, tú mismo, cumpliendo más años.
V I E R N E S
Un buen político es, entre otras cosas, un hombre que se dio cuenta a tiempo de que para llegar a ser rico es un inconveniente nacer pobre, lo que trata de corregir cuanto antes y como sea. Por eso ahora todos los que persiguen la famosa silla que ya sabes tratan de demostrar como pueden que pobres, pobres, lo que se llama pobres no son. Y el que más, el que menos, eso lo dejan bien claro.
En alguna parte leí, no estoy seguro escrito por quien, creo que por el francés León Daudi, pero que a lo mejor fue Epicuro, que ?la pobreza es una cosa muy estimable con tal que viva contenta con su suerte, y todo hombre que llegue a familiarizarse con la escasez, es rico; que es preferible la pobreza en el seno de la justicia que la abundancia fruto de la iniquidad?; que siempre que encuentro un pobre agradecido, pienso que sin duda sería generoso si fuese rico?; que acomodarse con la pobreza es ser rico, somos pobres, no por tener poco, sino por desear mucho, lo cual se nos viene repitiendo desde tiempos de Séneca; que nos engañamos grandemente cuando atribuimos a la pobreza la causa de nuestra desgracia, que lo que realmente nos hace miserables es nuestra ambición y nuestros deseos insaciables.
Y muchas otras cosas en el mismo sentido, como si el mayor bienestar no fuese el fruto del dinero sino de no tenerlo. Ignoro si los que tales cosas escribieron serán pobres o no; pero si hablaban en serio, una clara pobreza demostraban tener: la del cacumen.
Por su parte Anatole France afirmaba que ?Es hermoso soportar la pobreza con igualdad de ánimo, tal como Epícteto, quien logró con ello una gloria imperecedera. Pero es un ejercicio que cansa, y por la costumbre llega a ser fastidioso. Hay que saber cambiar de virtud e instruirse en la posesión de las riquezas, sin que ellas le posean a uno. Éste es el estado más noble a que pueda llegar el alma de un filósofo. |
S Á B A D O
J U N T A S
Como una hermana gemela,
el mismo día que naciera
mi vida, nació mi muerte,
y en mí viven paralelas.
II
Sólo una vez mostró prisa
mi muerte por imperar,
más sintiéndose morir
dejó a la vida ganar.
III
Y aquí vamos los tres juntos:
vida, muerte y servidor;
sin prisa, más sin descanso,
¿hacia una vida mejor?
Mérida, Yucatán.
31 Octubre 2000
Y D O M I N G O
Muero cada día. No hay nada nuevo en ello. JOSÉ LUIS CUEVAS