Los laguneros tienen hoy de dónde elegir y ninguna de las opciones resulta grata. ¡Cuál será el espectáculo más triste y deplorable?, si el de una pasión deportiva torpemente encausada que degenera en riña campal, o el que se afana en representar nuestra clase política, en ese cotidiano duelo de ataques y denuestos entre la Presidencia de la República y la jefatura del Gobierno del Distrito Federal. Para nuestra desgracia, hay de dónde elegir.
Primero, lo que sucedió (dentro y fuera) en el Estadio Corona este domingo. La porra del Monterrey, ese grupo de patéticos imitadores de las barras bravas sudamericanas, La Adicción, que recorre los estadios del país en busca de pelea, se topó con los Libres y Locos -que con su actuación del pasado fin de semana demostraron poner énfasis en lo segundo- para transformar una justa deportiva que congrega a la gran familia lagunera, en un obsceno intercambio de insultos y golpes.
Hay que agregar ese duelo de bajo cuño que mantienen desde hace semanas los que nos gobiernan; el intercambio de descalificaciones entre Presidencia de la República y Andrés Manuel López Obrador, demuestra que nuestros mandatarios pueden agotar sus esfuerzos en juegos de pulsos, en deformar el quehacer político con total impunidad, sin que las voces que llaman a la cordura puedan frenar este ejercicio monotemático que continúa reclamando los micrófonos y reflectores. Reza la vieja máxima (famosa y socorrida entre los adeptos del autoritarismo y la arbitrariedad) que al pueblo hay que darle pan y circo, pero aún aceptando sin conceder que la expresión tuviera alguna validez, habría que reclamar mayor calidad de circo.
Y para cerrar la pinza de las amargas opciones de que disponen los laguneros y que conforman un escenario de miseria, hay que sumar la cuestionable actuación de nuestras autoridades en lo que se refiere a un mínimo de control y supervisión de lo que sucede dentro de los llamados “antros”. Total, desgraciadamente hay de dónde elegir, y ninguna de las opciones resulta grata.