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Monólogo de un ciudadano.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Hoy es la noche en que los mexicanos celebraremos el grito de la independencia nacional. De las 23 a las 24 horas de este día seremos más mexicanos que nunca y quizá mañana, día 16, nos queden arrestos para ir a contemplar por las calles principales de nuestras ciudades el desfile cívico militar que tendrá lugar a pleno sol después de una espléndida noche de mucho beber tequila y cerveza y de gritar “Viva México” con la voz más estentórea que salga de nuestro ronco pecho.

Pero la verdad es que no sabemos qué tan mexicanos somos o si apenas somos lo suficiente para que un malhumorado burócrata nos acredite esta nacionalidad en un pasaporte diplomático y podamos viajar por todo el mundo; por desgracia nadie nos enseñó jamás que el nacionalismo es algo más profundo que evidenciarlo en un documento oficial o desgañitarnos al gritar y cantar que somos más mexicanos que el pico de gallo sobre un taco de carnitas de puerco.

Se vale suponer, también, que somos mexicanos porque nacimos en México, aquí inscribieron nuestro nombre en los libros del Registro Civil, aquí hemos vivido siempre y aquí nos moriremos tarde o temprano, dándonos de baja en el mismo Registro Civil, en el Registro Nacional de Electores, en el Servicio Militar obligatorio, en el Registro Nacional de Contribuyentes, en el CURP y en todas las listas nominales en que fuimos incluidos mientras respiramos.

Nadie ose dudar de nuestro ser mexicano. Lo hemos demostrado en forma objetiva y positiva desde que pusimos por vez primera la planta de nuestros pies en las aulas de la educación oficial o privada; nuestra nacionalidad ha quedado consignada en todos los certificados escolares hasta la preparatoria o en los de la más alta alcurnia académica, las maestrías y los doctorados. Mexicanos hasta las cachas, ¿o qué de qué?...

Aquí pagamos, bien o mal, nuestras contribuciones fiscales: desde el obligatorio Impuesto al Valor Agregado, el establecido Sobre la Renta, el predial, las placas del automóvil y todos los que se han inventado y están por inventarse. Aquí, también, hemos realizado diversas tareas comunitarias de carácter civil que imponen varias leyes y además colaboramos en el salvamento de personas victimadas por terremotos, huracanes, riadas, incendios y cuales quieran siniestros acaecidos en las diversas comunidades. Ya si no...

Hemos dado sangre a nuestros hermanos y colaboraciones económicas a las instituciones de asistencia social; nos hemos inscrito en el programa de donación de órganos vitales, cumplimos domingo tras domingo con el depósito de nuestro óbolo en los cepos de las iglesias, atendemos el mandato católico del diezmo y solícitos colaboramos con nuestro granito de arena en cuanta demanda de apoyo se nos presenta; así que no sólo somos mexicanos, también procuramos ser buenos mexicanos.

Claro, no votamos. Pecata minuta. Sí, ya sabemos que es una obligación y también un derecho ese acto de votar y ser votados pero, bueno, nadie es perfecto y una pequeña falta como ésta no va a ser bastante para desdecir nuestra condición de buenos y cumplidos mexicanos... ¿O qué? ¿Cómo dice que dice?...

Oiga pues sí, ahora que usted lo dice, pienso en que yo también lo pienso. Uno debería ser mexicano cumplido en todo, hasta en algo que no cuesta trabajo y menos dinero, sino sólo un pequeño esfuerzo: Por ejemplo buscar el domingo 25 de septiembre en el periódico que leemos el séptimo día de cada semana, la lista de casillas de votación, y desde luego localizar la ubicación de la nuestra, cuyo número coincida con el de la sección electoral que viene impreso en nuestra credencial de elector.

Ubicado el centro de votación podremos salir diligentes a votar en la amable compañía de la esposa, que también vota y de los hijos ciudadanos o menores quienes, voten o no, a todos les va a resultar aleccionante elegir a quienes nos van a gobernar durante los próximos años.

Caray, ya me convencí. ¿Y por qué no hacer previamente un ejercicio de reflexión en la intimidad de la familia, a la hora de desayunar? Que cada miembro, sea o no elector, escoja al candidato que más le llene el ojo, en quien confiaría como líder político y discutirlo en el seno familiar, amablemente, sin reñir.

Así podremos reflexionar en el camino a la casilla y decidir en secreto, para que unos no influyan en los otros, y ya con la boleta en la mano cruzar el emblema del partido y del candidato que consideremos más adecuados.

Qué bonito es ser mexicano, así como somos, con todas nuestras faltas y nuestros excesos; pero seremos mejores si no dejamos a un lado nuestro deber ciudadano de escoger con libertad a las personas que nos van a gobernar. Yo ya pensé: mmm... y el domingo votaré en conciencia. Hoy, por lo pronto, me voy al grito...

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