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Muere al repatriar cenizas de su esposa

Tokio, (EFE).- Un navegante octogenario que surcó en solitario el Océano Pacífico para depositar en Japón las cenizas de su mujer, murió a bordo de su velero, tres semanas después de haber emprendido su viaje de regreso a Estados Unidos.

Alertados por un pesquero que faenaba a 1,330 kilómetros frente a las costas de la provincia de Miyagi, noroeste del archipiélago nipón, guardacostas japoneses inspeccionaron el yate "Miya" y hallaron el cadáver de Sakae Hatashita.

Los agentes no encontraron ningún tipo de documentación para identificar el cuerpo, pero su edad aparente y unas cicatrices en el brazo derecho, por un reciente accidente de navegación, no dejaban lugar a dudas.

La vida de Hatashita, de 81 años, se apagó mezclada con el rumor de las olas del Océano Pacífico y con la serenidad propia de quien ya había cumplido con su misión.

Un año atrás, este veterano "lobo de mar", nacido en Estados Unidos pero de origen japonés, decidió que había llegado el momento de honrar la memoria de su difunta esposa, cumpliendo uno de sus últimos deseos, regresar a Japón, aunque fuera después de su muerte.

Hatashita vendió el negocio de California que había regentado junto a su mujer, Shizuko Miyasaka, y se compró un velero, que bautizó cariñosamente en su recuerdo como "Miya".

Siete años habían pasado desde que un accidente de tráfico sesgara la vida de su esposa, quien hasta el final de su días había añorado su vida en Japón, pese a llevar casi tres décadas en Estados Unidos.

Después de un corto periodo de adaptación al manejo del nuevo velero y del Sistema de Navegación por Satélite (GPS), el 17 de mayo de 2003, Hatashita abandonó el puerto de San Diego con las cenizas de Shizuko, rumbo a las costas niponas del Pacífico.

Su experiencia como pescador en un atunero japonés en la década de los 60 le ayudó a sobrellevar las largas jornadas en solitario en el mar y los temporales que sacudieron a su antojo su nave de 11.5 metros de eslora.

En los siete meses que duró su travesía, con las únicas escalas de Tahití y Hawaii, hubo un momento en el que su periplo estuvo a punto de venirse abajo.

Cuando ya avistaba los primeros islotes del archipiélago nipón, cerca de la isla de Mikurajima, frente a la costa de Tokio, colisionó con un pesquero.

Su nave quedó seriamente dañada y al ser arrollado por la fuerza del choque sufrió un profundo corte en su brazo derecho.

Los guardacostas japoneses le condujeron al puerto de la localidad de Shimizu, a unos 120 kilómetros al suroeste de la capital japonesa, pero él se negó a entrar con asistencia.

Allí, el pasado 23 de diciembre, decenas de familiares, amigos y personas que habían seguido su odisea le dedicaron una calurosa acogida.

"Estaba un poco frustrado por el accidente al hallarme tan cerca de las costas de Japón", afirmó al diario Asahi poco después de poner un pie en tierra sin ocultar su emoción por el recibimiento.

Según la prensa local, dado que Hatashita arribó a Japón en pleno invierno, esperó varias semanas para poder completar su misión.

Aguardó hasta que las nieves se fundieran para poder enterrar las cenizas de Shizuko junto a los restos de su padre en las montañas de Nagano, en el oeste del país.

El pasado 15 de junio, Sakae Hatashita, partió del puerto de Miura, en la provincia de Kanagawa, colindante con Tokio, y se volvió a adentrar en las aguas del Pacífico.

Según la agencia Kyodo, los guardacostas que inspeccionaron su barco cuando ya navegaba a la deriva, afirmaron que en varias ocasiones trataron sin éxito de contactar con él, puesto que posteriormente se dieron cuenta de que navegaba sin radio.

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