La aprobación de la construcción de un muro en la frontera, asesta un duro golpe a la intención de crear una nueva relación migratoria entre Estados Unidos y México y revela el endurecimiento de las políticas de aquel país en torno al tema.
La Cámara de Representantes del vecino país del norte autorizó la noche del jueves, por 260 votos a favor y 159 en contra una resolución para la construcción de un cerco doble en partes de California, Arizona, Nuevo México y Texas.
Ante el hecho, el presidente Vicente Fox Quesada, manifestó su rechazo y señaló que esa medida es contraria al acuerdo que viene buscando desde hace cinco años. No obstante, dijo estar confiado en que a inicios del próximo año se retomarían las conversaciones con las autoridades norteamericanas con el fin de reactivar la búsqueda de un pacto que garantice un flujo seguro, ordenado y legal de los migrantes.
La decisión del Gobierno estadounidense no puede causar menos que rechazo. En un mundo que se dice globalizado, la construcción de muros entre naciones se antoja una acción retrógrada y excluyente, síndrome de una xenofobia inexplicable en un gran país construido a base del esfuerzo y el trabajo de los inmigrantes y de una amplia diversidad cultural y racial.
Además, revela una incapacidad de análisis de los problemas socioeconómicos actuales y una cerrazón únicamente atribuible a lo más radical de la derecha norteamericana. Demuestra que un amplio sector del Gobierno del país más poderoso sobre la Tierra no posee los elementos para entender un asunto como la migración, desde sus causas: pobreza y desigualdad, las cuales, por ende, no están dispuestos a combatir.
Parece que los esfuerzos de quienes dirigen a los destinos de Estados Unidos están más preocupados en separar, dividir y destruir que en integrar, unir y construir un mundo más justo y fraterno.
Por otra parte, resulta paradójico que se pretenda construir un muro para separar a los integrantes de una de las más grandes sociedades comerciales internacionales.
