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Nada es igual/Addenda

Germán Froto y Madariaga

debemos aceptar que las cosas cambian. Que los tiempos son otros y otras las formas de comportarse. Que lo que fue bueno en un momento dado suele no serlo en otro.

Pero ello no debe ser argumento suficiente para que, quienes somos de mediados del siglo pasado, dejemos de apreciar las bondades de lo que nosotros vivimos y aprendimos.

Por eso me dio gusto ver todas las muestras de afecto que le prodigaron sus amigos y admiradores en el último adiós a la grande compositora Consuelo Velázquez. Porque las mismas son una prueba de que aún hay quien sabe reconocer la inspiración excepcional de la que dio muestra mientras estuvo con nosotros, inspiración en la que se evidenciaba un espíritu romántico muy especial.

Eso es parte de lo que se ha perdido. De lo que ya no es igual. El romanticismo escasea. Para las generaciones de hoy lo romántico es algo que linda con lo cursi. Son pocos los poetas que aún deambulan por el mundo, quizá porque la poesía es el género más difícil en el arte de escribir.

Son contados los autores que pueden producir canciones como “Bésame mucho” o “Que seas feliz” y es posible que si se escriben melodías como ésas, las disqueras las rechacen por no ser comerciales. No obstante ello, cantantes de fama graban aquellas viejas melodías y hay jóvenes las creen nuevas.

Ni qué decir de las veladas bohemias. Son ahora un género de reuniones prácticamente en extinción.

Hay que puntualizar que el poeta o el compositor escriben para sí, no para el gran público y no les importa si sus composiciones o poesías se escuchan, cantan o leen. Lo hacen simplemente porque su espíritu así se lo exige.

Pero además del romanticismo que se ha perdido, debo destacar que es impresionante la falta de respeto con la que los muchachos se dirigen a las muchachas, pues las tratan como iguales y no lo son. Esta es otra de las cosas que ha cambiado mucho.

Regalar una flor, llevar un “gallo” después de haber escogido cuidadosamente las canciones que se van a tocar, escribir una carta de amor o un verso libre, son cosas que las generaciones actuales ignoran.

Rubén Darío, Mistral, Borges, Martí, Hernández, León Felipe, Acuña, Nervo, Neruda, López Velarde, Sabines, Benedetti o Paz, son nombres prácticamente desconocidos para ellos.

Si acaso en una lectura obligada, por alguna tarea escolar, se toparan con estas líneas: “Para que tú me oigas / mis palabras / se adelgazan a veces / como las huellas de las gaviotas en las playas” (Poema V, de Neruda), seguramente se preguntarían: “¿Qué demonios es esto?”.

Cualquiera podría decir que eso es normal. Que cada generación responde a las circunstancias de su tiempo y quizá tenga razón.

Pero si es así, ¿por qué fue y sigue siendo importante en nuestra formación que leamos a los clásicos? Que nos adentremos en Sócrates, Platón y Aristóteles para entender las estructuras del Estado y el ser y la forma de ser del hombre. Que volvamos los ojos cuantas veces podamos a Montesquieu y Rousseau. Que leamos cuando menos unas tres veces en nuestra vida a Cervantes.

¿Por qué se tienen que abandonar, dejar en desuso, las buenas lecturas, como la poesía, sin sustituirlas con algo mejor?, si acaso lo hay.

Tantas cosas que se heredan de padres a hijos y no podemos heredarles las buenas costumbres y los buenos modales.

Les imponemos nuestra lengua, religión, ideología y hasta nuestras manías. Y en todo lo demás los dejamos al garete. ¿O será que los educamos tan inseguros que ante el temor de ser rechazados, por no hacer lo que todos, ellos optan por la masificación?

Sé que muchas cosas no pueden ser iguales. Pero creo también que otras deberían permanecer. Sin embargo, poco o nada hacemos por que eso suceda y en cambio nos asombramos de la pérdida de valores y de los malos gustos que imperan en la actualidad.

Es probable que yo esté equivocado y que todo esto también forme parte de la sentencia del filósofo de Éfeso, Heráclito, quien sostenía: “Nada es, sólo el cambio es real y todo es un constante fluir”.

Para bien o para mal, todo fluye.

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