La propaganda suele ornar en exceso la expectativa sobre las reuniones cumbre en que participa el presidente Fox. Ahora, sin embargo, ni siquiera el irredimible e infundado, optimismo del mandatario mexicano, ni las habilidades de sus comunicadores, pueden crear un ambiente favorable a los resultados de la cita trilateral de hoy en Waco, Texas. Aunque los presidentes Bush y Fox conversarán unos minutos mientras esperan la llegada del primer ministro canadiense Paul Martin al rancho del anfitrión, su charla no significará la posibilidad de avanzar en los temas que interesan a México. Y es que la junta de hoy es para que sus interlocutores escuchen al ocupante de la Casa Blanca recitarles sus necesidades en materia de seguridad.
La relación bilateral entre México y Estados Unidos es hoy muy adversa para nuestro país. Lo evidencia el desparpajo con que se refieren a los asuntos mexicanos diversas agencias de Estados Unidos. El embajador Antonio O. Garza, si bien ganó simpatías en ciertos ambientes mexicanos por su boda con la rica heredera María Asunción Aramburuzavala, las ha perdido en otros por la carta que dirigió a funcionarios mexicanos -y no a quien debería ser su interlocutor, el secretario de Relaciones Exteriores- sobre las condiciones de seguridad en la región fronteriza, declaración que concluyó con el ofrecimiento de asistencia norteamericana, extremo que remite a la situación prevaleciente en Colombia, sujeta a un régimen de gran influencia policiaca norteamericana.
Aunque en su visita a México la secretaria de Estado Condoleezza Rice practicó una diplomacia de buenas maneras, antes y después de su estancia aquí el departamento que encabeza formuló apreciaciones sobre la situación mexicana que provocaron escozores, tanto en lo referido a la inseguridad (que incluyó una aviso sobre ese rubro a los norteamericanos que viajen a México) como a la fragilidad del respeto a los derechos humanos y el riesgo de que el activismo político conduzca a formas de ingobernabilidad. Por añadidura, al referirse a la porosa frontera mexicana, por donde podría colarse un ataque terrorista a EUA, el director de la CIA, Porter Gross incurrió en la torpeza de emplear una expresión peyorativa hacia México, al considerarlo “patio trasero” de su país, en contraste con Canadá, hacia donde se abre el bonito jardín de enfrente, prototípico de las residencias medias norteamericanas. No es preciso ingerir fuertes dosis de glutamato de sodio para tener presente que Adolfo Aguilar Zinser fue cesado por el presidente Fox por recordar que así se refieren a México funcionarios norteamericanos.
Por añadidura, las necesidades mexicanas corresponden menos que nunca a las de Estados Unidos. No obstante que México reclama un acuerdo migratorio con su vecino, que organice el tránsito y el trabajo de mexicanos en el otro lado, en Washington no hay oídos para esa demanda. Tampoco los había antes del 11 de septiembre de 2001, cuando se quiso hacernos creer lo contrario. Pero mucho menos los hay a partir de aquella infausta fecha, porque la política exterior norteamericana no atiende otro valor ni otro objetivo que no sea la seguridad. Por si fuera poco, el presidente Fox dijo la semana pasada al diario La Opinión, de Los Ángeles, que el problema migratorio es tema unilateral, exclusivo de los legisladores y el Ejecutivo de los Estados Unidos. Aunque es obvia verdad que el Gobierno mexicano no puede entrometerse en las decisiones del poder formal norteamericano, también lo es que no debe dejar de decir su palabra sobre un asunto en esencia bilateral. Si no fuera así, el Gobierno de Fox podría responder al de Washington que sus problemas de seguridad son sólo suyos y que no tienen por qué exigir que sus vecinos ajusten sus políticas conforme a sus intereses en esta materia.
En la zona bilateral, pues, no cabe esperar ninguna novedad. Acaso la haya en la esfera trilateral, si los presidentes de Estados Unidos y México y el primer ministro de Canadá adoptan como suyo el informe elaborado por un grupo de eminentes ex funcionarios de los tres países -Pedro Aspe por la parte mexicana- para avanzar en la creación de una Comunidad de América del Norte, análoga en cierto sentido -pero sólo en cierto sentido- a la que en el viejo continente abrió paso a la actual Unión Europea.
Si se la plantea como una evolución del tratado de libre comercio, habría que diagnosticar primero si ese acuerdo trilateral ha sido beneficioso para las partes en medida si no igual al menos semejante. En México, si bien se reconoce que el comercio en la zona se intensificó notablemente, con el consiguiente crecimiento del empleo en su etapa inicial, se afirma también que pronto quedaron al descubierto sus fallas estructurales y el mal funcionamiento de algunos de sus mecanismos. No podrá ni querrá comunicarlo, supongo, pero la Confederación Nacional Campesina (CNC), pidió al presidente llevar un recado a la reunión de hoy, consistente en demandar la renegociación del TLCAN en materia agropecuaria. Si a ese punto se proclama insatisfacción, es difícil que el Gobierno mexicano cuente con asentimiento para ir adelante en un proceso de integración.
Igualmente es preciso no soslayar la asimetría entre los países de la reunión trilateral. Europa pudo progresar a partir de la decisión de igualar a los desiguales, favoreciendo el crecimiento de las economías más rezagadas. Pero una actitud así no está en el horizonte de nuestra región.