Cultivos de marihuana entre los límites de Durango y Sinaloa.
La siembra en el monte, la única realidad.
El Siglo de Torreón
Remedios, Durango.- Aquí también es Durango, pero todo sabe a Sinaloa.
En la montaña, donde la miseria, el olvido y la marginación ancestral, marcaron a hierro un escenario totalmente distinto al discurso oficial; donde no hay nada más distante y extraño que la llamada guerra contra el narcotráfico y operativos como México Seguro, el niño Ramón Ayón, ya puede dibujar cuál será su futuro: dentro de unos años irá al monte a sembrar lo que hoy siembra su padre y los domingos, paseará por el pueblo con un “cuerno de chivo” colgando al hombro.
Y es que en “El Chicural”, simplemente no se hace otra cosa; para qué, si “todo está arreglado”. No hay agua potable, tampoco energía eléctrica ni ningún otro servicio, pero en los traspatios se pueden encontrar camionetas Chevrolet o Ford último modelo y los habitantes combinan ropas raídas y huaraches, con cadenas, anillos y dijes de oro.
Para llegar aquí, desde Remedios, que es el pueblo más cercano y al que se puede acceder vía aérea, se deben recorrer unos 15 kilómetros, pero quien lo haga se tardará más de una hora en camioneta de doble tracción porque los caminos están intransitables y hay un prolongado trecho en que se debe circular por el lecho del río de Los Remedios que en este momento apenas lleva un delgado hilo de agua.
Hay otros tramos en que el camino hacia la parte superior de la montaña -en donde se ubica esta comunidad- se torna peligroso porque es muy angosto y a un costado se tiene la orilla del cerro y por el otro un precipicio en donde se alcanzan a ver algunos vehículos que por ahí han caído y nadie se ha preocupado por sacarlos.
Parece un pueblo fantasma: las calles desoladas, polvorientas, donde se acomodan apenas unas 30 casas de adobe con techos de teja de barro; se llama “El Chicural” y tan sólo es uno más de los muchos que hay entre los límites de Durango y Sinaloa.
En las construcciones que sirven de escuelas primaria y jardín de niños, tres menores juegan al futbol en el patio. Hola, cómo te llamas, se le pregunta a uno de los niños, de aproximadamente siete años; se acerca con cierto recelo y contesta: “Ramón”.
-Qué tal, ¿Ramón qué?
-Ramón Ayón.
-Y tu papá, ¿dónde está?
-En el monte, trabajando.
-¿En qué trabaja en el monte?
-Siembra.
-¿Qué siembra?
-Mota...
-¿Mota?
-Sí y a veces maíz.
Los dos amigos de Ramón son mudos testigos del breve diálogo en el que se encierra la razón de supervivencia de esta comunidad y otras que se encuentran en los alrededores como las denominadas “La Quebrada de los Sánchez”, “La Quebrada de los Durán” y “La Escondida”.
Caminar por este pueblo coloca las cosas en perspectiva, en su justa dimensión. Aquí y en decenas, centenares de otras comunidades similares, empieza todo, es el primer eslabón de la cada vez más grande cadena que luego se ramifica por toda la frontera y en las grandes ciudades a lo largo y ancho del territorio nacional.
Pero ni Ramón ni sus amiguitos, mucho menos los jóvenes; nadie en el pueblo encuentra nada raro y mucho menos ilegal en lo que hacen. Es lo normal, así ha sido desde que recuerdan y apuestan a que seguirá igual.
En Remedios es común observar camionetas de modelo reciente, manejadas por personas jóvenes, algunos de ellos adolescentes y todos armados. A nadie extraña que la mayor parte de la población masculina traiga fajada a la cintura una pistola calibre .45 o una .9 milímetros y en el interior de las camionetas se alcanzan a observar armas largas de diferentes tipos, desde AK-47 (conocidas como “cuernos de chivo”) hasta Uzzis y AR-15.
Ever Cháidez, residente del lugar y dueño de uno de los almacenes comenta que no debe extrañar que la gente ande armada en ese sitio; no pasa nada, en este lugar portar un arma es como portar un celular allá en la ciudad, no pasa nada, asegura.
En Remedios no hay fuentes de empleo, pero sí tres almacenes grandes en donde se puede encontrar de todo, desde fertilizantes hasta refacciones automotrices, alimento para ganado, juguetes y cerveza; los tres almacenes son propiedad de la familia Cháidez, descendientes del fundador del pueblo. Luis Cháidez acaba de dejar la alcaldía de Tamazula y su sobrino Ever en la actualidad ocupa la quinta regiduría en el mismo municipio.
En ese poblado hay además una vivienda en donde se venden zapatos, otra más en donde se vende ropa y en la casa del doctor del pueblo, se vende gasolina, cerveza fría e implementos de labranza.
En las estrechas y mal planeadas calles de la población, se encuentran sueltos cerdos, aves de corral, perros y en determinados momentos hasta hatos de vacas que son conducidos por sus propietarios a pastar.
A las orillas del pueblo se ubica el Río de los Remedios hasta donde van a diario muchos de los habitantes de esta comunidad a lavar sus costosas camionetas y aprovechan el lugar para tomar cerveza y hay ocasiones en que organizan desde temprana hora verdaderos días de campo.
Ever Cháidez señala que “la mayoría de la gente por estos rumbos se dedica a la siembra de marihuana” y a modo de justificación agrega: “de algo tienen qué comer, además de que el maíz no da suficiente para todas las familias”. En esta región y en los límites con Sinaloa, la mayor parte de las comunidades se dedican a lo mismo, a la marihuana y a la amapola y todo el mundo los ve como cultivos normales.
En esta época los pueblitos se encuentran prácticamente solos porque la mayor parte de los adultos se encuentra laborando en la preparación de los campos de cultivo, están desmontando y preparando la tierra en espera de las próximas lluvias; una vez que lleguen las primeras precipitaciones se procederá a la siembra y luego el resto de las labores que trae consigo cualquier cultivo; es un trabajo normal, insiste.
Hay años buenos y hay años malos, dice el interlocutor. Por ejemplo, el año pasado fue un mal año, hubo más o menos buena cosecha pero no hubo compradores y hay quienes comentan que se cayó el mercado de la marihuana porque hubo cambio en el Gobierno estatal; la transición ahuyentó a los compradores que no sabían cómo reaccionarían las autoridades y prefirieron esperar y por eso los productores no obtuvieron las ganancias que estaban esperando.
Este año sí les ha ido bien a los campesinos, comenta, parece que las cosas ya volvieron a la normalidad y se han tenido buenas ventas, eso se refleja en el movimiento que hay en los almacenes de Remedios, indica.
No se tiene establecido a cuánto asciende la superficie que se siembra con marihuana ni amapola y es que nadie puede evaluar un cultivo clandestino, además que las siembras se hacen en pequeñas superficies alejadas una de otra como medida de precaución de los mismos productores, así, si el Ejército o la Policía detectan algún plantío, es poco lo que se pierde porque se sigue trabajando en otras áreas.
Los predios que se tienen establecidos, regularmente pertenecen a un jefe de familia y a los alrededores trabajan otros familiares de él o amigos; todos se conocen y saben dónde está el cultivo de cada quien, pero se respetan y se protegen, a grado tal que en forma conjunta ponen patrullas de vigilancia como los dos elementos que se detectaron a bordo de una cuatrimoto haciendo recorridos por las vías de acceso hacia las comunidades encalvadas en la sierra.
Cuando los campesinos logran colocar la cosecha, relata Ever, lo primero que se hace es comprar fertilizantes y semilla para el año próximo, manguera para llenar los depósitos a la orilla del río y dar mantenimiento a la bomba de gasolina con la cual subirán el agua hasta las áreas de cultivo para algunos riegos de auxilio.
Con el dinero que les resta, bien administrado logran pasar el resto de la temporada y especialmente las épocas en las que por las intensas lluvias y las avenidas en los ríos y arroyos que abundan en la región, no pueden abandonar sus comunidades.
Si todo es tan evidente y se tiene bien ubicada la región en estos límites de Durango con Sinaloa donde se produce tanta marihuana y amapola, cómo es posible que no haya un operativo para terminar con esos cultivos, se le interroga al guía, a lo que contesta que son muchos los intereses que se tienen, además de la difícil situación geográfica; “pero lo más importante, aquí no hay problema, todo está arreglado de general para arriba, a ese nivel”, recalca.
Sólo un vistazo
Remedios es un pueblo perteneciente al municipio de Tamazula y en donde prácticamente no hay carreteras; todo son caminos de brecha y la mayor parte de ellos en pésimas condiciones.
Llegar desde la cabecera municipal de Tamazula a Remedios significa un recorrido de hasta seis horas y si se quiere ir desde la capital de Durango a Remedios por carretera, es necesario viajar primero hasta Sinaloa, específicamente a Culiacán y de ahí a Cósala, de donde aún hay que hacer un recorrido de aproximadamente tres horas en accidentados caminos para llegar a esta población duranguense.
La mayor parte de las personas que llegan y salen de Remedios, lo hacen vía aérea, incluso hay avionetas que ya tienen recorridos establecidos en forma diaria a Cósala; por aire son apenas 20 minutos, mientras que a la capital de Durango se hace un poco más de una hora de vuelo.
Remedios tiene asignada una patrulla de la Policía municipal, es la 005, camioneta de las nuevas que recientemente entregó el gobernador del estado Ismael Hernández Deras; los dos elementos asignados a esta patrulla, visten de civil, presentan aspecto campesino y portan sus pistolas a la cintura, sin la fornitura oficial, cualquiera que los viera fuera de la patrulla nunca sabría que son policías.
Los agentes no se meten en complicaciones, se dedican a dar vueltas por las polvorientas calles de la ciudad y en algún momento se van a las afueras de las tres grandes tiendas que tiene Remedios y en donde se reúnen jóvenes y adultos a ingerir cerveza a cualquier hora del día; ahí los policías también degustan algunas cervezas y luego siguen sus recorridos.
Al salir de Remedios, hacia el norte, por un camino muy abrupto, luego de 15 minutos se llega al lecho del río y luego una brecha para subir por un serpenteado camino de tierra por el que sólo cabe un vehículo; en la medida que se avanza, el camino se vuelve más peligroso, hay trechos en donde se ha tenido que rellenar con tierra y piedras para que los vehículos que por ahí transitan no caigan a los precipicios; el avance se hace a vuelta de rueda.
Al cabo de casi una hora, se llega a una parte del cerro en donde hay alrededor de 15 viviendas, todas ellas jacalones de adobe pintadas de blanco, con techos de teja de barro; se trata de “La Quebrada de los Sánchez”. En apariencia, la pobreza reina en el lugar, pero se pueden ver ostentosos vehículos estacionados a las afueras de algunas viviendas.
En lo más alto del poblado, hay un grupo de hombres que trabaja en la reparación del techo de una vivienda; son jóvenes, de aspecto campesino y hablan con el clásico acento de los sinaloenses; hay palabras que incluso resultan incomprensibles, pero se muestran francos y dispuestos al diálogo.
Luego de dar un trago a su caguama, uno de ellos comenta que se juntaron a reparar los techos porque ya viene la temporada de lluvias; y sobre el resto de la población, indica que la mayor parte de los hombres se encuentra en el monte preparando las tierras de cultivo.
¿Qué siembran?, es la pregunta obligada, voltean a verse unos a otros y sonríen, maíz, sembramos maíz y algo de frijol para comer, dicen, sin dejar de mirarse con una sonrisa.
Sobre la ubicación de las tierras de cultivo, solamente indican “allá arriba”, pero no ubican el área exacta y durante el camino recorrido en ningún momento se detectó algún sitio en el que se tengan siembras.
Durante el recorrido por algunas brechas, justo en una curva, aparecen dos personas a bordo de una cuatrimoto, tienen aspecto rudo, pero están bien vestidos, con botas de alguna piel exótica, pantalones vaqueros de marca y tejanas blancas, de piel clara y tupido bigote. Cada uno trae colgando al hombro un “cuerno de chivo” y en la cintura se les observa fajada una pistola escuadra de grueso calibre con las cachas labradas de metal amarillo y blanco. Tienen una cerveza de bote en la mano cada uno y al ver llegar la camioneta en la que se hace el recorrido, reconocen al chofer y lo saludan amablemente con el clásico “quihubo primo”, como acostumbran en Sinaloa.
Uno de ellos se acerca y saluda de mano a todos los ocupantes del vehículo, lo hace asomándose a la ventana para ver que llevan los ocupantes, a todos los dice “primos” al momento de estrechar la mano y pregunta hacia dónde se dirigen. “Vamos a Chicural”, se les dice y de inmediato contesta: “nosotros aquí nos quedamos un rato, luego por allá nos vemos”, se regresa a la cuatrimoto y se sienta en actitud vigilante.
Durante el recorrido que se hizo, a determinada altura de las montañas de Durango, se pudieron observar algunos cobertizos con techos de garrocha y algunos bancos. “Son los secaderos”, se hizo la aclaración, aunque no hubo más comentarios; todos en el rumbo saben a qué se dedica cada quien, pero evitan en lo posible hablar sobre el particular.
Enjoyadas en el monte
En la “La Quebrada de los Durán” habitan solamente cuatro familias y todos están emparentados; doña Ramona Medrano Ortiz y su esposo Rosendo Durán Rivera son adultos mayores; él permanece sentado bajo un árbol mientras que ella lava algo de ropa, su casa está a orillas del río y en el sitio tienen árboles de mango, aguacate y papaya, todo se les da en buena forma, incluso dicen que logran vender algo de la fruta que cosechan.
Doña Ramona, de apariencia humilde trae en sus manos varios anillos, al parecer de oro, algunos de esos anillos son anchos, casi le cubre una falange completa en el dedo donde los porta; en sus orejas trae tres perforaciones; dos de ellas ocupadas por aretes y una tercera con arracadas.
Comenta que a ella y su esposo los mantienen sus hijos, quienes se dedican a la siembra de maíz y frijol. Mientras hace sus comentarios, llegan hasta el lugar dos pequeñas; Oneida Guadalupe y Marlene, ambas están descalzas, con vestidos de apariencia humilde, pero al igual que su abuela, en los dedos portan varios anillos al parecer de oro y de sus cuellos cuelgan gruesas cadenas, una de ellas con una placa con el nombre de la portadora.
Reiteran que su papá Pablo se dedica a la siembra de maíz y que cuando ellas crezcan les gustaría ser maestras.
Antes de la despedida, doña Ramona comenta que tiene cinco hijos ya casados, “uno está en el norte y los otros cuatro se dedican a sembrar aquí arribita”, dice y agrega que ella se la pasa contenta en el lugar donde se encuentra, conviviendo con sus 25 nietos.
Todo mundo en paz y trabajando
El director de la escuela secundaria en Remedios, el lagunero nacido en el municipio de Tlahualilo, Martín Padilla Esparza, dice que llegó a este poblado hace 23 años y que fue un verdadero reto poner a trabajar la secundaria porque no había jóvenes suficientes para integrar los grupos, pero a base de esfuerzo, él y otro maestro se dieron a la tarea de visitar las comunidades cercanas e invitar a los jefes de familia a que enviaran a estudiar a sus hijos.
Implementaron un internado para varones y otro para mujeres a fin de darles albergue durante la semana y que no tuvieran que hacer los largos viajes a la escuela y hasta el momento se han tenido resultados aceptables.
Indica el profesor que tienen dificultades como en todas partes, pero con la cooperación de los habitantes del pueblo se solucionan porque hasta el momento el Gobierno del estado en nada les ha ayudado.
Sobre la siembra de marihuana en la región, dice que todo el mundo sabe que existe, todo mundo sabe a qué se dedica cada quien, pero la situación es muy sencilla; “no te metes con ellos y ellos no se meten contigo, todo mundo en paz y trabajando”, dice.
Define a Remedios como un pueblo tranquilo, a pesar que el 80 por ciento de los habitantes anda armado y a pesar que el consumo de cerveza se hace desde las primeras horas de la mañana hasta que se mete el Sol y eso obliga a todo el mundo a retirarse a su casa porque no hay luz en el poblado y solamente los “pudientes” del pueblo, como los dueños de los almacenes, el doctor y algún otro acaudalado, tienen plantas de luz de diesel o gasolina y por ende son pocas las viviendas que se ven tenuemente iluminadas.
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