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NAVIDAD | Su reto es hacer sonreír a la gente

Cristal Barrientos Torres

Misión|Todos los días es posible ver al payaso “Chapetín” en los cruceros.

EL SIGLO DE TORREÓN

Antes de comenzar a trabajar, el joven de 32 años nunca olvida persignarse y pedirle a Dios

TORREÓN, COAH.- En la confluencia de la avenida Juárez y calle El Siglo de Torreón, el payaso “Chapetín” se esfuerza todos los días por sacarle una sonrisa a los automovilistas, pero no es algo sencillo. Y es que por más malabares, chistes y muecas que haga, es difícil hacer reír a la gente hasta en Navidad.

-Siempre es más fácil hacerla llorar, yo por eso cuando trabajo dejo mis problemas detrás de la pintura.

Todos los días de la semana, incluyendo sábado y domingo, “Chapetín” estaciona su vieja vagoneta sobre la avenida Juárez y calle El Siglo de Torreón. Tan sólo unos minutos le bastan para maquillarse y transformarse en un payaso. Nunca olvida persignarse y pedirle a Dios que le dé un buen día de trabajo.

Ahora “Chapetín” tiene 32 años de edad, pero desde los seis hace reír a la gente. Todo comenzó cuando a la capital de Durango llegó un circo. En ese entonces vivía en aquel lugar, y dice que él y su hermano se asomaron por debajo de la carpa.

-Vimos magia, y se nos prendió el foco de dedicarnos a eso. Lo que pasa es que en mi casa éramos muy pobres, no había dinero y necesitábamos ayudar a nuestra madre. Nunca fui a la escuela pero aprendí a leer y escribir.

Dice que su madre no se negó a que trabajaran como payasos en la calle porque la necesidad era mucha. A su padre nunca hubo necesidad de darle explicaciones o pedirle permiso, pues se fue hace muchos años a trabajar a los Estados Unidos y simplemente no regresó. No volvieron a saber de él.

-Ni siquiera me acuerdo de cómo era mi papá. Mi mamá vive conmigo en la colonia J. Luz Torres. Mi trabajo no es nada sencillo, es muy difícil hacer reír a la gente, siempre es más fácil hacerla llorar, nada más le dices el precio de las tortillas y con eso tienen para moquear.

La gente, dice, tiene muchos problemas y por eso nunca sonríe. Sin embargo, “Chapetín” considera que la vida no es fácil para nadie, y él, como todo un profesional, deja los conflictos personales a un lado porque el show debe continuar.

No le gusta decir cuánto gana al día en el crucero porque hace muchos años un policía le pidió dinero, y como “Chapetín” se negó a dárselo, el preventivo le dio un golpe.

Dice que él no extiende la mano para pedir dinero a los automovilistas. Hace malabares para hacerlos reír y sólo acude al vehículo de donde lo llaman, “a los niños les doy un globo o una pelotita, y si traen monedas me dan y si no de todos modos yo les doy”.

Nunca faltan, reconoce, los automovilistas groseros, pero hasta para ellos siempre tiene una sonrisa: “hay de todo, lo que nunca hago ni haré es contestar porque ando pintado, y esto significa que estoy trabajando, los conductores tomados son los más pesados”.

“Chapetín” tiene tres hijos: Maximiliano, Félix y Saroli. Y aunque no le gustaría que los niños se dedicaran a trabajar en los cruceros, dice que si algún día ellos lo deciden, los apoyará, pero su sueño es que estudien una carrera profesional.

-Como yo no pude estudiar porque era muy pobre, quiero que ellos tengan esa oportunidad. Nada más fui un año a la escuela y en la calle me enseñé a leer y escribir. Yo les digo a mis hijos que la escuela es lo principal, a mí no me da vergüenza trabajar de payaso, y a mis niños tampoco, ellos me apoyan y me acompañan cuando no tienen clases.

Gracias a sus malabares, dice, no les hace falta nada a sus hijos, “hay mucha gente que vive muy mal, nosotros tenemos necesidades y tenemos qué comer, por eso salgo todos los días a trabajar y dejo mis problemas detrás de la pintura”.

“Chapetín” no se queja de su vida. Como payaso ha recorrido muchos lugares del país: Nayarit, Guadalajara, Culiacán, Juárez, Monterrey”. También hizo un viaje internacional: “me fui de mojado a los Estados Unidos a trabajar en la construcción, le pagué dos mil dólares al ‘coyote’ ”.

En Estados Unidos vivió cuatro años, y gracias al dinero que juntó pudo construir su casa, “primero tenía un jacalito de cartón, luego hice un cuarto de adobe y ahora los cuartos ya son de concreto”.

Dice que esas cuatro navidades que pasó en los Estados Unidos, fueron tristes. En lo único que pensaba era en su esposa y sus tres hijos, y este año planea convivir con sus hermanos y hacer una carne asada para cenar.

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